Ya no sé cómo expresar
mi hartazgo ante la criminalización de los jóvenes. Es increíble la envidia
malsana que hay por estos lares. Los jóvenes se están comportando de un modo
ejemplar, acatando todas las restricciones que exige la pandemia de un modo
admirable, a pesar de que todo en ellos les empuja a la insubordinación, a la
desobediencia, a la rebeldía, al desacato, a la irreverencia, a la insumisión,
y, por qué no, ¡al sexo! No os basta con prohibirles beber y divertirse en las
riberas, en los bancos, en los chamizos… Os molesta hasta que se diviertan en
las terrazas de los bares. Es más, creo que os molesta hasta que existan. Estáis
haciendo buena la frase de que “para una persona mayor, que existan jóvenes es
una ironía”. Y eso es pura envidia. Envidia por no estar ahora mismo en el
lugar de ellos, o por no haber sido jóvenes nunca. A mí, sin embargo, me dan
pena porque les están robando lo más preciado que tienen: ¡la juventud! Ya he
dicho aquí alguna vez que nosotros no sé si hubiésemos acatado tan mansamente
todo esto. Creo que no. Y aún así, parece como si los quisierais matar,
criminalizándolos por algo que no solo no han hecho, sino que ya no lo podrán
hacer jamás. Nadie habla, empero, de los mayores; de esas cuadrillas de
cuarentañeros y cincuentañeros que, pasándose por el arco del triunfo todas las
normas, se juntan a comer, merendar y cenar quince, veinte o treinta juntos en
las bajeras. Solo la juventud os exaspera. ¡Hacéoslo mirar!
jueves, 17 de septiembre de 2020
Vuelta la burra al trigo
Publicado por
Eusebio Hervías del Campo
en
00:00
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