De vez en cuando el
presidente tiene que llamar a capítulo a alguno de sus consejeros que se le
está desmandando. Esta vez ha convocado al de Obras Públicas, Vivienda y
Transportes, Antonino Burgos.
-
Antonino -le espeta clavándole los ojos en el entrecejo, mientras el otro
permanece de pie-, ya sé que compras el Marca
todas las mañanas en el quiosco de la calle Murrieta haciendo esquina con Duques
de Nájera, y que luego te paseas con el periódico bajo el brazo delante de todo el mundo. ¡Qué vergüenza!
-
Perdón, presidente -traga saliva Burgos, mientras le tiemblan las piernas-, yo
no sabía…
- Lo
que tienes que hacer es agenciarte cada día el Financial Times y ponerte inmediatamente a leerlo en público, como
si realmente entendieras algo. Tú bájate todas las mañanas hasta el puesto de
revistas de Paracuellos y luego te subes por la Gran Vía y por Murrieta
fingiendo que lees las páginas del Financial
con mucho interés, como si fueras un londinense de la city. En cuanto llegues a
tu despacho lo tiras, si quieres, a la papelera y le dices al ordenanza que te
traiga el Marca. Hay que dominar la
puesta en escena, Antonino, y no caer en vulgaridades. La política nos exige
sacrificios y disimulos permanentes. Esa es la clave de todo. A ver si aprendes
del director general de Cultura, José Luis Pérez Pastor, que para eso lo tienes
en la Consejería de al lado.
- ¿Qué
le pasa a ese?
- Pues
le pasa que se ha convertido en un gestor eficaz por lo bien que hace las cosas
y la sabiduría que muestra a la hora de vender por ahí nuestros logros. Además
he oído decir que escribe unos sonetos de rechupete. ¡Y con lo joven que es!
¿Te das cuenta, Antonino, de cuál es el camino a seguir?
- Sí,
jefe.
-Menuda
diferencia con su antecesor, el envarado Javier García Turza, joé qué tío más
insoportable. Ese no era más que un funambulista a medio camino entre el amagar y
no dar, el prometer y no cumplir y el hablar y no decir nada. Después de mí era
el que chupaba más cámara en todos los saraos. El tipo tenía un ego del tamaño
de la concatedral de la Redonda, pero cuando tocaba estar al loro sabía hacer
posturas y poner caritas y gestos compungidos como nadie. Y además vestía como
un dandi. ¿Me sigues?
- Sí,
presidente.
- Eres
un chico espabilado, Antonino, así que te lo voy a decir empleando una
metáfora.
-
Hombre, presidente, tampoco hace falta que te molestes.
- Si no
es molestia, chico. Escúchame -Pedro
Sanz adelgaza la voz y guiña un ojo a su consejero de Obras Públicas-. Pese a
todas sus carencias, Turcita tenía una virtud. Era de todos vosotros, por así
decir, el que mejor fingía los orgasmos; los orgasmos políticos, se entiende.
Así que aplícate el cuento.
-
Pierde cuidado, presidente. He captado el mensaje.
Con sus
andares a lo Alfredo Landa, Antonino abandona el palacete de Gobierno algo
aturdido y preguntándose qué habrá querido
decirle su patrón
Al
presidente Pedro Sanz le ha salido con el tiempo un feo grano llamado autoritarismo
que, según dicen, crece al mismo ritmo que el endiosamiento. Pero por otra
parte es el tipo más listo a este lado del Mississippi, y él lo sabe. La prueba
está en que ha sido hasta ahora una máquina de ganar elecciones. Tras cada
elección ganada ha ido repartiendo alpiste entre sus adeptos en forma de
subvenciones, cargos, carguetes y otras sinecuras. A él le gusta que los suyos
le muestren su agradecimiento pasando por su despacho a rendirle pleitesía y participar
en la ceremonia del besamanos que tiene lugar cada cuatro años. Es una
ceremonia simbólica en la que los iniciados reconocen que la mano presidencial
es la dispensadora de vidas y haciendas. Y todos se la besan con unción.
- ¡Ni
Pedrone ni Corleone! Lo que yo quiero es que mis súbditos riojanos me llamen
Presidente Vitalicio -refunfuña Sanz ante su edecán Emilio del Río.
- Lo
que tú mandes, jefe. Si he sido capaz de hacer del culto a tu personalidad una
religión laica cuyas letanías turiferarias y las fotos de tu rostro amado han
llenado durante años las páginas de la revista Comunidad, no dudes de que sabré cumplir lo que me pides.
- Pues
empieza tú mismo dando ejemplo.
Emilio
del Río comprende la indirecta y se muestra rápido de reflejos:
- A tus
órdenes, Presidente Vitalicio.
Sempronio Graco
Continuará