Las fiestas de San Juan siempre fueron las fiestas ecológicas por excelencia.
Aunque ahora pueda parecerles a los jóvenes increíble, en la época de nuestros
padres, estas fiestas, vividas en plena Naturaleza, hacían que a todos ellos
les hirviese la sangre. Y no podía ser de otro manera: Los árboles frutales les
ofrecían sus más excelsos frutos; las mujeres se desprendían de toneladas de
ropa; tomaban chocolate con anís muy de mañana, y danzaban y bailaban rozando
pieles blancas e impolutas. Comenzaban el ritual yendo muy de mañanita al
cascajo, a tomar chocolate con anís, hasta que el señor Quico, con sus tres
inconfundibles golpes de bombo: "pom", "pom",
"pom", les anunciaba el comienzo de las ansiadas Vueltas. Una vez en
el quiosco del Paseo, entrelazaban sus brazos, y al son de la morena y la
rubia, entremezclaban el sudor emanado de sus pieles níveas e inmaculadas,
saltando, bailando y brincando, a la par que cantaban incansablemente las
coplillas del riquísimo folclore sanjuanero. Después de varias horas de danza,
una vez terminadas las Vueltas, se iban al Cinema Club a bailar agarrado, para
resarcirse así de tantos meses de vigilia. Cuando terminaban los bailables, se
iban a todo correr a comer, para reunirse cuanto antes en el Paseo, y, portando
grandes cestos tapados con manteles de cuadros que contenían la merienda,
dirigirse a alguna de las muchísimas choperas y huertas que entonces había.
Después de haber estado retozando con sus parejas, a la fresca de perales,
cerezos, chopos y mimbreras, daban buena cuenta de la merienda. Cuando ya no
podían más, y no eran capaces de orientarse ni siquiera a tientas, dejaban bien
colocaditas las sobras -se habían asegurado de que sobrara merienda para
repetir los escarceos amorosos el siguiente día-, y se dirigían, bien templados
por los lingotazos de clarete que se habían metido entre pecho y espalda, al
Casino, para seguir allí la juerga, cantando, bailando, y haciendo lo que
podían. Como podéis deducir, no es extraño que muchos de ellos imitaran la
tradición de los celtas: Dejar preñadas a las mujeres, para que se quedara
preñada la tierra, y les ofreciera, así, abundantes cosechas. De ahí que en
Nájera se dijera “que quien en San Juan sanjuanea, en marzo marcea.”