han matado a su hijo Dios”, y “Perdona a tu pueblo, Señor/ perdona a tu pueblo/ perdónalo, Señor”, caminaban detrás de los pasos rigurosamente enlutadas, con los pies descalzos y encadenados, para redimirse de no sé qué pecados, causando en nosotros verdadero pavor. Como quiera que esos días la radio -único entretenimiento que teníamos- interrumpía la emisión, nuestros familiares venidos de fuera -acudían a nuestra ciudad cantidades ingentes de visitantes, a pesar de no existir todavía eso que llaman “progreso”- nos llevaban de excursión a los montes “Malpica”, “El Castillo” y “La Calavera”, donde pasábamos horas inolvidables haciendo todo aquello que para nosotros solos hubiera sido absolutamente inalcanzable. Finalmente, nos resultaba muy curioso también, el hecho de que los bares, lugares muy iluminados donde siempre había gentío, ruido y diversión, permanecieran a oscuras, vacíos y silenciosos cuando pasaba la procesión. Y canallas, porque de pequeños, una turba de niños deseosos de golosinas nos lanzábamos a la caza de esos exuberantes ramos repletos de duros de oro; de paraguas de chocolate; de rosquillas blancas y rojas, y de toda clase de dulces, que portaban los hijos y las hijas de las familias pudientes, porque para nosotros, disponer de algo parecido a eso, era absolutamente imposible.
domingo, 13 de abril de 2025
Ha dado comienzo la Semana Santa.
Con el Domingo de Ramos ha dado comienzo la
Semana Santa. Y esto me trae un montón de recuerdos hermosos y canallas.
Hermosos, porque Las Semanas Santas de entonces, que para nosotros comenzaban un
mes antes, cuando Don Emilio nos llevaba en hilera de a dos, cogiditos de la
mano, desde el colegio San Fernando hasta la Parroquia de Santa Cruz, para
recibir en nuestras inmaculadas frentes la ceniza, dejaron en mí una gran
impronta por aquello de las carracas -para nosotros eran “carraclas”-, las
nazarenas y las excursiones a los montes. Recuerdo que íbamos un montón de
niños recorriendo las calles de la ciudad, metiendo ruido a punta pala con las
carracas, como si en lugar de anunciar los oficios -no se podían tocar las
campanas-, quisiéramos despertar a todo el pueblo de un eterno letargo, y nos
lo pasábamos como los indios articulando nuestras pequeñas muñecas para que las
manillas o agarraderas que la tabla llevaba invertidas a ambos lados, golpearan
ininterrumpidamente contra ella haciendo todo el ruido posible, pues, al cabo,
las carracas estaban concebidas para causar estrépito, y nosotros prestos para
dar la lata. En las procesiones toda nuestra atención se centraba en las
nazarenas -seis u ocho- que, mientras la muchedumbre cantaba aquello de “Llora
la Virgen/ madre de amor/ porque -sigue-
Publicado por
Eusebio Hervías del Campo
en
13:00
1 comentarios

Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir en XCompartir con FacebookCompartir en Pinterest
Suscribirse a:
Entradas (Atom)