«EL LÍDER DE LA SECTA»
Una secta es una
agrupación o sociedad de creyentes vinculados entre sí por la devoción a un
líder supremo. Más que la adopción de una doctrina o ideología determinada, lo
que más conecta y liga espiritualmente a los miembros de cualquier secta es el
seguimiento ciego, fanático y acrítico a ese líder que todos consideran por
encima del bien y del mal e inmune a cualquier crítica.
Los integrantes de la secta adoran a
su líder supremo, babean en su presencia y aceptan, sin objeciones, que no
puede ser rechazado ni contradicho. Si, según sostiene la teología católica, el
Papa, como representante de Dios en la tierra, es infalible y no puede equivocarse
cuando emite doctrina y habla «ex cathedra», el líder de cualquier comunidad de
fanáticos reunidos dentro de una secta se presenta a sí mismo como alguien
designado por una lejana divinidad para
llevar a cabo una misión concreta e inaplazable. Sólo él conoce el camino y los
medios para realizar esa misión que escapa a la comprensión mostrenca de sus
seguidores, y éstos deben abandonarse a su influencia salvífica, obedecerle
ciegamente, seguirle sin cuestionar sus métodos y allanarle el camino para lograr
que alcance esa meta que muestra a sus seguidores. Entretanto, y mientras llega
ese día, el líder no dudará en descender algunas veces desde su alto pedestal para
otorgar a su más leales una parte pequeña de los beneficios que va consiguiendo
por el camino. Y aún más: para mostrarse cercano, sensible y compasivo, no dudará
en acariciar a algunos niños y en bromear con los ancianos de la tribu que
aguardan resignados su hora final.
Estos días, con las elecciones autonómicas y municipales en
marcha y las noticias candentes y atosigantes sobre los numerosos mítines de
los candidatos a los comicios del próximo 24 de mayo, circulan profusamente por
los medios las reuniones que mantiene Pedro Sanz, las charlas que ofrece Pedro
Sanz y las promesas que no duda en hacer de nuevo Pedro Sanz. Y siempre, en
torno al candidato y líder del PP, arropándolo y prestándole una atención
pastueña, puede verse a un rebaño de ciudadanos que lo contemplan con arrobo,
mientras lo envuelven con una de esas miradas que exigen previamente la
rendición incondicional. Como las amantes que se entregan sin resistencia a la
salacidad del macho y le ofrecen por entero su
cuerpo y su alma.
Uno observa cualquier foto que reproduce una intervención
de Pedro Sanz ante un grupo de sus adeptos y siente de pronto que hay una parte
previa que queda fuera, una parte que se nos escamotea a los demás porque
resulta demasiado obscena y puede herir la sensibilidad de quienes no estamos
fanatizados ni abducidos por este personaje y aún mantenemos intacta la capacidad
de pensar y razonar por nosotros mismos. Esa parte que uno diría que ha sucedido
con anterioridad, aunque no haya sido recogida por cámara ni objetivo alguno,
debe corresponder al momento en que Pedro Sanz ha entrado en la sala donde le
aguardan impacientes sus devotos. Todos han debido ponerse en pie y levantado
los brazos hacia el cielo, mientras el líder supremo, encaramado sobre un
estradillo dispuesto en el centro del escenario, les habrá impartido su bendición.
Algunos seguidores del líder habrán temblado emocionados cuando éste haya
paseado su mirada sobre la concurrencia, deteniéndola una décima de segundo
sobre cada rostro. Otros se habrán mesado los cabellos, y puede que algunos más
hayan salido al pasillo central para postrarse sin rubor hasta tocar el suelo
con la frente, como hacen los musulmanes durante la oración cinco veces al día
mirando hacia La Meca e invocando el
nombre de Alá.
- Yo os ofrezco todas las riquezas, todos los favores que
esté en mi mano concederos, los cargos que ya existen y todos los que pueda
sacarme de la manga en el futuro, si me juráis lealtad, si me entregáis
vuestros votos y si, renegando de vuestra capacidad de raciocinio, aquí mismo,
sin más dilaciones, arrodillándoos ante mí me adoráis.
Sí. Eso ha debido decir el líder
supremo de la cerrada secta del PP riojano que encarna Pedro Sanz. Y uno se imagina,
arrebatados por los cantos de sirena del
presidente/candidato, a ciudadanos satisfechos y con el riñón cubierto, a señoras
maduras enjoyadas, a jóvenes trepas que esperan lograr algún provecho o
ganancia de la mano benefactora de quien se ha erigido en dueño de vidas y
haciendas. A todos esos y a otros muchos que temen la irrupción de los bárbaros
que permanecen agazapados entre las hordas de Podemos y otros partidos de
izquierda, dispuestos a arrebatarles la cartera y a dejarles a la intemperie si
consiguen llegar al poder o instalarse en sus aledaños parlamentarios, donde es
posible influir con su voto para que las cosas cambien.
La lejana divinidad que sostiene actualmente a Pedro Sanz
se llama Mariano Rajoy. Antes de Rajoy hubo otro, José María Aznar, que fue
quien, en un alarde de arbitrariedad, señaló con el dedo a Rajoy como su
sucesor. Aznar es recordado por muchos como un dios arrogante y antipático que
no daba cuentas ni explicaciones de sus actos a nadie y que apoyó una guerra
ilegal promovida por otro dios todavía más lejano llamado George Bush Jr. Pedro Sanz terminó adoptando la filosofía y
los modales del dios Aznar, y actuando como actuaba él en sus momentos de mayor
gloria. Estos días ha regresado entre nosotros, convertido ahora en consejero y
asesor de empresas multinacionales. Y el líder supremo del PP de La Rioja se ha
sentido respaldado y reconfortado por esa antigua divinidad a la que adoraba
antes de convertirse él mismo en un totem idolatrado hasta la caricatura por sus seguidores.
No hay mayor ciego que el que no
quiere ver, ni sordo más obstinado que quien se empeña en no escuchar. Tampoco
hay gente más fácil de convencer que aquellos que ya están convencidos de
antemano. Los mítines políticos se han convertido en reuniones masivas en las
que se dan cita, de tiempo en tiempo, los integrantes de la secta. Acuden a ver
en carne mortal a su veterano líder y a escuchar con arrobo aquellas palabras que
ya le han oído pronunciar otras veces hasta conformar una música reconocible
que les reafirma en sus creencias, que refuerza su fe y reactiva su confianza
en el cumplimiento de los difusos vaticinios que hace aquel a quien adoran. Eso
consuela y tranquiliza a los sectarios, prestando un sentido trascendente a su permanencia
en las filas de esa tribu trasnochada que es su secta.
El líder supremo se ha convertido
con el tiempo en un viejo zorro resabiado que pone buena cara para exponer
palabras falsas y anunciar promesas que sabe que no podrá cumplir. Pero él conoce
a estas alturas que a sus seguidores les da igual. Ellos renunciaron hace
tiempo a tener ideas propias y ya se lo consienten todo. Sólo quieren que su
líder los acune y los meza con las viejas melodías que evocan recuerdos tribales de un lejano pasado.
Sempronio Graco
Continuará