En mis tiempos, cuando salíamos
al recreo y disputábamos reñidos partidos de fútbol en el Paseo de San Julián,
si se nos quedaba el balón de plástico, conseguido a base de mascar toneladas
de pastillas de chicle Dunkin, Bazoka, Douglas, Cosmos y otras tantas marcas
más, lo recuperábamos a pedradas, con palos, o subiéndonos a los plátanos a por
él. De allí no nos íbamos nadie sin recuperarlo, para no quedarnos sin jugar.
Sin embargo, ahora, si se les queda atrapado entre las ramas, compran otro… ¡y
ya está! Hasta seis he contabilizado yo, colgados en distintos plátanos del
Quiosco, hasta que se los llevó el vendaval.