Conocí a Abel García cuando yo era un crío y mi Celineta del alma me mandaba a los talleres de
carpintería a por serrín o viruta, más conocida entre los de mi generación como
"rizillo". Abel trabajaba entonces con su hermano, “el zorro”, en el bajo derecho
de la otrora iglesia de San Miguel, donde tallaban piezas pequeñas de madera
para los muebles que se hacían en Nájera. -Justo encima de él tenían la
carpintería Servando y Guevara-. Recuerdo como si fuera ahora mismo la envidia
que nos daba a todos cuando salía de trabajar y se montaba en la Velosolex, una
especie de bicicleta negra con un motor encima de la rueda delantera, que, al
tirar de una manilla, se soltaba y la convertía en motocicleta. Después coincidí
con él en la gasolinera, y ya no perdimos el trato jamás. Cuando más intimamos
fue en el Mesón Duque Forte, donde se pasaba los días enteros en compañía de su Amigo
Quico, contándome sus aventuras. En una ocasión, cuando un furibundo cocinero
nuestro fue a Logroño a buscar a alguien que me diera una paliza por haberlo
despedido por sucio, tuvo la mala fortuna de dar con ellos y, al confesarles
sus intenciones, le metieron una somanta de hostias cojonuda. Al pasar de los
años, mi buen Amigo Abel, sin que yo lo supiera, se convirtió en el Ángel de la
Guarda de mi hijo y de mi hija, velando en todo momento porque no les
ocurriera nada ni en La Zona, ni en las fiestas de los pueblos. De Abel
puedo decir con orgullo que fue un hombre singular, conocido por todo el mundo
como “Hampri” o “Hampriana”; que formó parte de la Historia cotidiana de
Nájera; que quiso con locura a mi bienamado padre Benedicto; que estuvo siempre
conmigo en lo bueno y en lo malo, y que me trató siempre como a un auténtico hermano.
Ayer, desde la habitación en la que estoy escribiendo esto, escuché débilmente las
voces de algunos viejos de Tricio que decían haberlo visto partir en las
blancas alas de la Muerte, camino del Cielo, en busca del Descanso Eterno. ¡A fe que se lo ha ganado!
miércoles, 6 de enero de 2021
¡Hasta siempre, Abel!
Publicado por
Eusebio Hervías del Campo
en
01:00
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