Los
ha cumplido en estos días la orquesta de laúdes La Orden de la Terraza, que lo celebró
el pasado sábado 13 de septiembre con un gran concierto en Santa María la Real
al que asistió medio Nájera y en el que brillaron por su ausencia la alcaldesa
Marta Martínez y la senadora Francisca Mendiola.
No estamos hablando de una rondallita de tres al cuarto, compuesta por una
docena de aficionados que tocan de lástima, por números o de oído, rascando las
cuerdas con una de esas púas de plástico tan duras que provocan agujetas en los
dedos. Ni de los integrantes de un soñoliento grupo de jubilados que se reúnen los
jueves para interpretar ‘El sitio de Zaragoza’ y fingir los cañonazos franceses
reventando unas grasientas bolsas de papel de las que se utilizan para meter pastas
y mantecados. Ni tampoco de unos antiguos tunos que se dan cita una vez al mes en
una sociedad gastronómica para comer y beber hasta las trancas, antes de que
les venza la nostalgia y evoquen los tiempos en que perpetraban ‘Carrascosa’,
‘El árabe’ o la recurrente ‘Clavelitos’: canciones que intentan recuperar ahora,
cuando tienen el colesterol por las nubes, los dedos con artrosis y unas descomunales
barrigas que les impiden verse las
puntas de los pies. La Orden de la Terraza fue en sus inicios una de tantas agrupaciones
de plectro condenadas a la mediocridad, y ejecutaba una música sencilla, compuesta
para formaciones no específicamente laudísticas. Posteriormente, con Ramón Hervías
de director, sus integrantes se atrevieron con la suite nº 2 en sí menor, de Bach,
o con Vivaldi, cuyo ‘Concierto en re mayor para dos mandolinas y orquesta’
marcó un claro punto de inflexión en su trayectoria. Luego se acometieron piezas
como ‘La danza del molinero’, de Falla, o ‘Diferencias sobre el canto llano del
caballero’, del vihuelista del siglo XVI Antonio Cabezón, versión con la que el
grupo logró un empaste de sonido y una pureza de ejecución que ya anunciaban la
calidad que alcanzaría una década más tarde. Hace años que La Orden de la
Terraza dejó de ser aquella formación que creamos en 1974, con más ilusión y
ganas que conocimientos musicales, unos
ingenuos diletantes. Ahora es una verdadera orquesta formada sobre todo por
jóvenes con una sólida base teórica y un amplio dominio de la técnica de los instrumentos
que conforman la familia del laúd. Pero no se trata sólo de jóvenes. También tienen
sitio en ella un indomable sexagenario, o un padre cincuentón junto a su hija
de veinticuatro años. Y un matrimonio en el que ella, pasada con creces la
treintena y por acompañarle a él, aprendió música y a tañer el laúd tenor,
recibiendo clases por espacio de más de cinco
años. Bajo la actual dirección del gran
Carlos Blanco, profesor del Conservatorio de Logroño, guitarrista, musicólogo y
compositor, La Orden de la Terraza, tanto en su formato orquestal de treinta
músicos, o como quinteto, ha logrado encaramarse hasta el pináculo de la
excelencia, convertida en una formación apreciada y respetada en los círculos
más exigentes de la elite mundial del plectro. Ha grabado hasta la fecha cinco
CDs, tres con la orquesta y dos con el quinteto, y los seguidores de Radio
Clásica de RNE tienen ocasión de escuchar a menudo, entre otras, su magnífica versión
de ‘La oración del torero’, la pieza que Joaquín Turina compuso en 1925 para el
cuarteto Aguilar de laúdes, o la emocionante ‘Canción del otoño japonés’, de
quien fue amigo y valedor de La Orden, Yasuo Kuwahara. Las giras de conciertos la
han llevado hasta Rusia, Japón, Canadá, Francia, Suiza, Alemania, Austria y Hungría.
En Colombia el quinteto tocó en directo durante el noticiario más visto del
país, y luego, gracias a esa popularidad instantánea que sólo da la televisión,
fueron recibidos en loor de multitudes en todas las ciudades donde acudieron a
tocar. La orquesta estrena con frecuencia
obras originales para plectro de autores como Fabio Gallucci (Italia), Héctor
Molina (Venezuela), Andrei Byzov (Rusia) o Eduardo Maestre (España). Entre
ellas hay algunas que han sido compuestas ex profeso para La Orden, como
‘Malambo’, de José Manuel Expósito, o ‘Tracerías’, de su propio director,
Carlos Blanco. En el concierto-aniversario del pasado 13 de septiembre se daba una
circunstancia singular. Habíamos sido invitados a acompañar a los treinta integrantes
actuales de la orquesta todos los que, en uno u otro momento de su historia,
hemos formado parte de la misma, interpretando
con ellos la última pieza del repertorio. No se sabe qué inaplazables compromisos
impidieron a la alcaldesa acudir en representación de todos sus conciudadanos a
una cita que, por su propio carácter, era única e irrepetible. El tiempo que doña
Marta no encontró para estar junto a la orquesta de su ciudad en la celebración
de sus cuarenta años de vida le sobró para ir a ver, dos horas después, al
grupo Los Secretos y hacerse unas fotos con ellos ensayando monerías todo el
rato. Podía haber asistido a ambas actuaciones y quedar como una señora, pero
prefirió desairar a los suyos y poner esa noche, a pie de página, una rúbrica miserable
y gamberra. Lo mismo reza para la intrépida
senadora Francisca Mendiola, que parece la delegada de su partido para fiestas,
ferias, misas mayores, mercados y romerías. Es un misterio lo que hace durante
la semana en el Senado, pero en La Rioja no hay sarao, cuchipanda ni
celebración tumultuosa que no cuente con su presencia. Tampoco pudo sacar una
hora la dicharachera Paquita, ¡vaya por Dios!, para revelarse en carne mortal a
los najerinos en el impresionante concierto de La Orden de la Terraza. En
cambio, al igual que su compañera Marta, no tuvo remilgos a la hora de dejarse fotografiar
con los Secretos. Esta es la oxidada sensibilidad que muestran algunos de los atolondrados
políticos que nos gobiernan (mal) y representan (peor).
Demetrio Guinea.