Cuando el Najerilla era un río truchero, mi bienamado padre, Benedicto Hervías, antes de abrir el surtidor de gasolina que tenía junto al restaurante Las Pericas, o en ratos libres en los que yo le suplía, acudía a él, en época de pesca, con su sencilla caña de lombriz y una luminosa y eterna sonrisa, y, sin moverse del puente de San Juan de Ortega, cogía truchas hermosas. En una ocasión, el día que se abrió la pesca -siempre era en domingo-, en un brazo que una crecida había abierto a la altura de las mimbreras autóctonas, para las 8 de la mañana ya tenía el cupo completo. ¡Cuán feliz fue pescando en su amado río Najerilla!