Queridos Cantores, ya que así lo sugirió el
“Guardabosques”, a partir de este mes os voy a ir colgando quincenalmente un
artículo de mi libro “Recuerdos de infancia”, para que conozcáis cómo ha sido
mi vida desde chiquitito en esta otrora maravillosa ciudad llamada Nájera. Comienzo
hoy, 4 de Agosto, con “Miscelánea de aventuras”.
“Desde bien chiquitito, cuando emulando a
mi padre (por aquel entonces era albañil), me subí al tejado con una nevada
cojonuda a limpiar la chimenea, ya dejé bien claro que mi vida no iba a ser un
camino de rosas. En aquella ocasión, la intervención de mi vecino Ventura (que
en gloria esté), que le tapó la boca a mi madre cuando se disponía a chillarme,
y me hizo volver engañándome con un caramelo o cualquiera otra cosa, hizo, sin
duda alguna, que yo pueda estar hoy aquí, hablándoles a ustedes de estas
cosas./ A nada que mis padres se descuidaran y me soltaran de la mano cerca del
río Najerilla, ya estaba yo metido en él, con el agua hasta el culo, cogiendo
“paris-paris” o cucharetas, mientras los “revicandiles” pasaban a mi lado
altaneros, revoloteando entre las blancas y aromáticas flores de las berlañas,
meneando rítmicamente su larguísima cola./ Cuando jugábamos en la calle
Samaniego a montarnos en los carros que para llevar los muebles tenían las
carpinterías en sus puertas, o a correr por el tejado de la COEGI (Cooperativa
de Obreros Ebanistas Girón), todas las puntas que había por el suelo, que eran muchas,
eran para mí y, consiguientemente, también para mí eran todas las inyecciones
del tétanos que tenían los practicantes Francisco Virto y Miguel Ángel Yécora,
que en gloria estén./ Una de las muchas veces que fuimos a robar cerezas al
cerezo que en una huerta de esa misma calle tenía el señor Timoteo Magaña no se
me ocurrió otra cosa que ponerme a defecar mientras los demás se atracaban de
ellas, y como de niños para hacer eso te quitabas del todo el pantalón y el
calzoncillo, al salir de su casa el señor Timoteo (vivía allí mismo) alertado
por el ruido, y comenzar a gritarnos y a corrernos, tuve que irme a mi casa
cagando leches y en pelotas./ Cuando alguna vez pasaban camiones por nuestra
ciudad (menos mal que eran pocas) y jugábamos a engancharnos a ellos para vivir
la aventura de viajar sin pagar, siempre me caía, hincándome de morros en el
suelo cuando me soltaba, acojonado por la velocidad que iba tomando al bajar
alguna cuesta./ El día de mi Primera Comunión, nada más salir de misa, sin
esperar siquiera a recibir los regalos de mis familiares, me fui con Paraguayín
al Pozo del Coco a mirar la botella que habíamos echado la tarde anterior
(antes pescábamos bobas con las botellas de champán, rompiéndoles el culo, que
lo tenían hacia adentro y estrechito, y metiéndoles dentro migas de pan), y me
caí al río, fastidiándoles a todos la fiesta, por tener que irme más que a escape
a casa para cambiarme de ropa./ Siempre que me metía descalzo al río Najerilla
a pescar a mano, me hacía una “javetada” profunda con alguna hojalata o algún
cristal (desalmados ha habido en toda época). Menos mal que en una ocasión,
cuando pescando a mano descubrí una bomba de aviación en una de las cepas del
Puente de Piedra, se me ocurrió avisar a la Guardia Civil en lugar de cogerla,
porque de haberlo hecho, vista mi trayectoria, seguro que me explota./ Si me
tiraba al río desde lo alto de alguna mimbrera, calculaba mal la profundidad y
me daba una morrada cojonuda con las piedras./ Si era por un patinete de los
que hacíamos en las faldas del Castillo, venía a resultar que mi tabla tenía
una punta y me hacía un siete en el pantalón corto de tergal al final de la
cuesta./ Si se escapaba alguna piedra en las batallas que a pedrada limpia
preparábamos, iba derechita a mi cabeza…, y así un sinfín de aventuras más que,
aunque a ustedes les hagan pensar lo contrario, no cambiaría por lo más sublime
que se pueda codiciar, tanto en esta vida como en la otra”.