Queridos Reyes Magos. A
mis casi 67 años sé por experiencia propia que no me vais a traer lo que os
pida; pero ello no me impedirá jamás seguir intentándolo. No os voy a pedir que
se acaben las guerras; tampoco que nadie pase hambre en el mundo; ni tan
siquiera que ningún niño muera por falta de medicamentos. Os voy a pedir algo
mucho más sencillo: que a partir de hoy mismo dejen de suicidarse nuestros
jóvenes por no ver en el horizonte ningún futuro. Esto, que en teoría puede
pareceros una nadería, en nuestro país es una auténtica tragedia que, Dios
sabrá por qué, todo el mundo se empeña en silenciar, y en la que todos nosotros
tenemos mucha culpa. Los políticos y los médicos, por no ser capaces de crear
el verdadero Estado del bienestar y por soslayar, cuando no despreciar, las
enfermedades mentales, y nosotros, por falta de empatía. Nadie quiere en su paradisiaco
entorno a ningún “apestado”. Aunque éste sea un conocido, un vecino, un amigo o
un familiar. Ni siquiera las terribles consecuencias del Covid-19 han sido
capaces de desterrar dichos como “sálvese quien pueda”, o “cada palo aguante su
vela”. Y eso nos convierte en unos auténticos monstruos. Una persona que se
tenga por tal, no puede ser feliz si no lo son las demás. Por eso os ruego
encarecidamente, que lo que os pido desde lo más profundo de mi corazón, me lo
concedáis aunque sólo sea en esta ocasión.