El cantillo.
Este juego, al igual que otros muchos que
practicábamos siendo niños, era considerado de chicas, por más que todos
nosotros jugáramos a él, a todas las horas del día. Comenzábamos cogiendo un
clarión y dibujando con él un gran cuadrado en el suelo, que dividíamos en seis
casillas iguales, que se numeraban del uno al siete -la parte posterior del
cuadrado era el número cuatro- y, tras determinar a cara de perro quién de
nosotros comenzaba el juego, se cogía un canto rodado del río Najerilla,
planito y liviano, y, pegándolo siempre al suelo, lo lanzábamos con la mano a
la primera casilla, para ir dándole con el pie, siempre a la pata coja,
dirigiéndolo a la casilla siguiente, hasta llegar de nuevo a la salida. Si
hacías esto sin montar raya, sin salirte de la casilla, y sin echar los dos
pies, pasabas al dos y repetías la operación, lanzando el cantillo a la casilla
número dos, y así sucesivamente hasta hacer mala o, por el contrario, hacerte
reguleta en el número que quisieras: “Reguleta, reguleta, que me la hago en el
dos”. Esto te permitía a ti echar los dos pies, o sea, descansar en ella, y
obligaba a los demás a pasársela con el cantillo y a saltar por encima de ella
a la pata coja, dificultando así, un montón el juego. Al cantillo solo se le
podía dar una vez, y no podías dar nada más que un salto en cada casilla.
Cuando el cantillo se quedaba pegadito a la raya de la siguiente casilla, había
que dar un salto y golpearlo con mucha precisión, para que no saliera disparado
al quinto coño, ni se quedara en la casilla en la que estaba, ya que tu pie
tenía que quedar donde antes estaba el cantillo, sin pisar la raya. Esto se me
daba a mí de maravilla. De verdad que era un verdadero artista golpeándolo
despacito, sin pisar la raya, dejándomelo, además, preparadito para golpearlo
con facilidad en la siguiente casilla. Hasta hace muy poquito tiempo, medio
siglo después de esto, aún presumía ante mi hija Cristina, cuando jugábamos al
cantillo los dos. Si alguno tenía la suerte de pasarse dos veces seguidas el
cantillo, y la mala leche de hacerse las reguletas seguidas, en el dos y en el
tres, por ejemplo, la cosa se les ponía peliaguda a los demás jugadores.
Aunque este de las seis casillas era el
más practicado por todos nosotros, existían otros que no logro recordar con
precisión. Vienen a mis mientes uno que se dibujaba una gran aspa -una equis-
en el centro, y tres cuadros al comenzar y al terminar. Otro creo que se jugaba
dibujando ocho casillas, y, finalmente, otro que se dibujaba una línea en el
centro de las tres casillas del final. Como no los recuerdo bien, prefiero
finalizar. No obstante, he de decirles, que cuando hacíamos reguleta,
marcábamos una equis en la casilla con el clarión.