Este 2015 es año electoral y
Pedro Sanz ha decidido optar por sexta vez al cargo de presidente de los
riojanos. Por eso le preocupa mucho empezar a controlarlo todo: a los
opositores y desafectos, votantes y simpatizantes, en su mayoría del PSOE, el
PR+ y algunos de UP y D, así como a los apáticos, indiferentes y pasotas. Y
también a los suyos, los de toda la vida, a veces más papistas que el papa, o
sea, que el propio Pedro Sanz, auténticos peperos pata negra que esperan
recibir algunas migajas en el reparto del botín: un puestecillo de conserje por
aquí, otro de secretaria por allá, uno más de chico para todo por acullá, y lo
que se vaya terciando. El presidente se imagina que tiene chupado ganar de
calle sus sextos comicios, y a acaso no le falte razón, pero su olfato le dice
que en las elecciones de mayo va a tener que emplearse más a fondo que otras
veces. Ya no va a ser suficiente con piropear a los ancianos estabulados en las
residencias de la Comunidad Autónoma, ni tampoco acariciar y hacerles gracietas
y monerías a los bebés, cosas ambas en las que se había vuelto un experto. La gente está más arisca y parece que recela
del Partido Popular, del que muchos comentan ya sin tapujos que es el partido
que ha convertido a España en el parque temático de la corrupción. Y hasta le
ponen pegas al propio presidente, de quien
la oposición ha rentabilizado el asunto de su chalé ilegal de
Villamediana. Algo que, por lo demás, irrita sobremanera a Sanz y le pone de
los nervios, haciendo que le entren ganas de pegarle patadas en la espinilla a
Rubén Gil Trincado, el más correoso de sus actuales adversarios políticos y el
que más le pasa por los morros lo del chalé y el resto de las miserias, tanto
suyas como colectivas del PP.
- ¡Y parecía tonto cuando llegó al
Parlamento regional, con su carita de bueno y sus modales de seminarista! -les
comenta el presidente a los suyos-. Y ahí tenéis ahora al jodío Rubencito, que
no hay vez que no tire con bala. Y directamente a la entrepierna de Pedro Sanz
-al presidente le suele gustar referirse a sí mismo en tercera persona. Pero
esta vez lo aclara: O sea, a la mía.
Pese a todo lo dicho
anteriormente, y a la difusa amenaza que supone la aparición de Podemos en el
horizonte electoral, el presidente se siente seguro y arropado por los suyos.
Cuando acude al Parlamento, los miembros de su gobierno y los diputados del PP
le hacen la ola. Algunos hasta se ponen a cuatro patas y le lamen los zapatos.
Carlos Cuevas, secretario general del partido y portavoz parlamentario popular,
tiene una lengua larga y pegajosa. Como un simpático camaleón, la saca sin
moverse de su sitio y desde ahí le lustra los zapatos al presidente, que a
partir de ese instante relucen como si fueran de charol. Los lametones de
Carlos Cuevas se han hecho legendarios. De todos los parlamentarios populares
él es el que tiene la lengua más salivosa y el sentido de la realidad más
trastocado. Pedro Sanz premia sus muestras de fidelidad perruna echándole a
menudo unos cacahuetes al lado del escaño.
Siempre que el presidente sube al
estrado del Parlamento e interviene ante el pleno, se muestra despectivo.
Pespuntea sus discursos con un hilo conductor que segrega cinismo, ironía y un
punto de altanería chulesca. Lo que a él le gusta es epatar, desconcertar y
encabritar a sus adversarios, a quienes ve desde hace tiempo como una cagarruta
de mosca. A González de Legarra, por ejemplo, actual presidente del PR+, no
tiene inconveniente en hacerle alusiones personales de mal gusto relativas a su
orientación sexual. En cambio a los socialistas los ignora sin disimulo, como
si no existieran. Bueno, eso a los que hay ahora, porque durante la anterior
legislatura el que le irritaba particularmente era su secretario general, Quico
Martínez Aldama. A Aldama lo tenía por un panoli sin garra ni andamiaje
intelectual sólido: un manso al que toreaba con desánimo y sin emoción. Pero de
un tiempo a esta parte, y sin que quede claro cuál es la razón -aunque acaso
tenga algo que ver esa imparable lista diaria de gerifaltes y peces gordos de
su partido enfangados de corrupción hasta las cejas que le están salpicando
inevitablemente también a él y haciendo que menudeen las críticas-, cuando el
presidente discursea se advierte enseguida la carga de rencor y mal humor que
rezuman sus palabras. Porque él es un lírico del resentimiento, un virtuoso de
la venganza servida en plato frío.
Sempronio Graco
Continuará