Inmaculada Ortega, la
que fue durante la legislatura pasada lugarteniente (o lugartenienta) del
secretario general de los socialistas riojanos, Quico Martínez Aldama, ha sido
siempre una de las diputadas autonómicas más conflictivas y numereras, y
todavía se recuerdan sus desplantes cuando era miembro de la Mesa del
Parlamento. A veces el secretario general y ella se sentaban juntos en el
hemiciclo, frente a los escaños de los populares, y se pasaban todo el tiempo
distraídos y hablando entre sí por lo bajini, como dos escolares traviesos y
poco aplicados. Una mañana, mientras Conrado Escobar hacía pajaritas de papel y
Juan José Muñoz y Aránzazu Vallejo, los dos miembros del gobierno Sanz más
tocados entonces por las acusaciones de corrupción, bostezaban escuchando las
letanías modorras de José Ignacio Ceniceros, el cansino presidente de la Cámara
Autonómica, Luis Alegre, que ha sido toda su vida un cachondo, se arrimó al
presidente Sanz y le cuchicheó al oído, refiriéndose a los dos socialistas:
- ¡Ahí los tienes! Míralos qué
majicos están. Parecen Caperucita Roja y
el Lobo feroz.
Al presidente le hizo gracia la
ocurrencia de Alegre y dio rienda suelta a su hiriente sarcasmo.
- Vale lo de Caperucita Roja, Luis, pero ¿el Lobo
feroz? Anda, déjalo en perrito caniche, y además ‘capao’.
Al
presidente Sanz le gustaba tener siempre a mano a Luisito Alegre, por aquel
entonces consejero de Educación, Cultura y Deportes. Luis le hacía más
llevaderos los plenos con sus comentarios cargados de retranca e ironía. Sobre
todo los que tenían que ver con Martínez Aldama, a quien Pedro Sanz consideró siempre
un mediocre y un advenedizo de la política: un trepa que aspiraba a la poltrona
más alta del Gobierno riojano y era incapaz de desarrollar un discurso
coherente y una ambición sazonada con el suficiente empuje como para alcanzar
algún día sus legítimas aspiraciones.
Estaban
ya muy próximas las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo de
2011, y todas las encuestas anunciaban el renovado desembarco de las banderas
victoriosas de los populares. Sobre todo en La Rioja, donde los seguidores de
Mariano Rajoy ya se veían tocando nuevamente el cielo de la mayoría absoluta en
el Gobierno Autónomico y en gran parte de los Ayuntamientos, como el de la
propia capital, donde Cuca Gamarra aparecía en todos los pronósticos como próxima
alcaldesa de Logroño. Los candidatos populares salivaban antes la perspectiva
de aferrar una vez más los resortes del poder con las mismas manos crispadas
con cuyos nudillos nos daban en la cabeza para cerciorarse de que dentro de
nuestras calaveras sonaba a hueco. Se cernían negros nubarrones para los
socialistas, y Martínez Aldama arrastraba consigo la melancolía anticipada de
los perdedores sin remedio, algo que quedaba de manifiesto a quien supiera ver
la situación sin el antifaz del sectarismo.
Quico no
había decidido aún qué hacer cuando pasasen unas elecciones que venían cargadas
de presagios tan oscuros para su partido y para él: si el haraquiri político o ingresar
en un monasterio trapense para hacer penitencia por su torpeza y su injustificada
arrogancia durante los meses anteriores. ¡Y por los tres mil euros de nuestros
impuestos que había malgastado en llamadas desde el móvil! Pero mientras tanto se
desahogaba con Inmaculada Ortega.
-
Fíjate, Inma, a veces fantaseo imaginando que les cae a los populares un
chaparrón de fuego y azufre, como en Sodoma y Gamarra.
La
lugarteniente Ortega era maestra en excedencia y agnóstica por ideología, pero
aún recordaba vagamente algunas cosas de la Biblia, así que corrigió dulcemente
a su secretario general.
- Se
dice Gomorra, Quico.
El otro
tuvo dudas.
-
¿Estás segura?
Finalmente se cumplieron los vaticinios, y la noche del
22 de mayo del año 2011 centenares de peperos riojanos cambiaron San Millán de
la Cogolla por San Millán de la Cogorza. A Martínez Aldama le premiaron en su
partido facturándolo para el Senado en las elecciones legislativas del mes de
noviembre siguiente. El hombre se descolgó con una frase tan vacua como casi
todas las suyas: «Ir al Senado es un reto». Cuatro años antes se había
estrujado el caletre y escrito en La
Rioja: «Ser socialista es un reto». ¡Qué pedazo de líder y qué cosas tan
profundas escribía el tío!
Estamos de nuevo a las puertas de unas elecciones
municipales y autonómicas. Debido a la atmósfera de corrupción generalizada, a
las promesas incumplidas, a las subidas de impuestos, a los brutales recortes
en Sanidad y Educación y a la falta de sensibilidad con los más débiles y vapuleados
por la crisis, en la mayor parte de España pintan bastos para los populares.
Pero parece que La Rioja posee un ecosistema político distinto a los demás, y
aquí las perspectivas de los conmilitones de Luis Bárcenas, Jaume Matas,
Francisco Granados o Esperanza Aguirre siguen siendo tan halagüeñas como en anteriores comicios.
Las
candidaturas socialistas al Gobierno y al Ayuntamiento de la capital las
encabezan ahora dos mujeres, Beatriz Arraiz y Concha Andreu, pero a pesar de
exhibir un discurso potente y bastante bien armado ya no conmueven a casi
nadie. Además han apartado a muchas caras conocidas, como si quisieran empezar
de cero y mostrar un rostro sin apenas ataduras con el pasado. Parece, sin
embargo, que les va a dar igual. La gente está dando la espalda a los
socialistas y se está dejando arrastrar por siglas y formaciones de nuevo cuño
que venden un discurso más radical y en sintonía con lo que piensan muchos
ciudadanos. Pero la fragmentación del voto va a aupar de nuevo a los peperos
riojanos, provocando la frustración de los que sienten que el aire de La Rioja
es irrespirable y que ya está bien de que Pedro Sanz comparezca como candidato
por sexta vez consecutiva y con perspectivas ciertas de ganar.
Luis
Alegre lleva cuatro años fuera de la política, pero el presidente Sanz tendrá
de nuevo a su lado a quien le ría las gracias y encuentre motivos para hacer mangas
y capirotes a costa de los próximos perdedores de estas elecciones en la Rioja.
-
¡Oé, oé, oé oéééé…!
Sempronio Graco Continuará