Aunque se practicara en casi todos los
lugares de Nájera, el escenario por excelencia de este apasionante y
popularísimo juego de las canicas era la Plaza de la Cruz, sobre todo domingos
y festivos, cuando nos reuníamos allí toda la chiquillería a “cagarle” nuestras
canicas a Vicente, en su célebre bache de la entrada de la Parroquia, donde
todas las canicas saltaban por encima de la suya sin rozarla siquiera. Era increíble
verle allí sentado al lado del bache con las piernas abiertas cogiendo a manos
llenas las canicas que siete u ocho de nosotros le íbamos “cagando” mientras
gritaba ufano: “peseta… peseta”. El juego consistía en darle a su
canica con las nuestras para ganarle la cacareada peseta. Pero no era la peseta
de Vicente la única que centraba nuestra atención, por más que ésta fuera la
reina indiscutible del lugar. Allí jugábamos a muchas cosas más, cada una de
ellas en un escenario distinto. Así, por ejemplo, en el empedrado de acceso a
las escalerillas del Círculo Católico, jugábamos al “taco”, que consistía en
golpear tu canica en el primer escalón para que ésta fuera por el empedrado a
tocar a una cualquiera de las muchas que se juntaban en tan irregular suelo. No
obstante, como ocurría en todo, siempre había algún “tima” que sabía cómo darle
a su canica para que, en zigzag o en línea recta, le diera a las nuestras
dejándonos boquiabiertos. En el puente de hormigón que había donde estuvo la
tienda de Garvi, para que discurriera el agua que recogía la gigantesca
alcantarilla del Cine Doga, apoyada en el marco de madera de la entrada a la
cuadra, solían poner una peseta a la que había que darle con tu canica tirando
desde el final del mismo, cosa que hacíamos con facilidad, ya que no mediría
más de dos metros de largo, razón por la que los que habíamos nacido por allí,
nunca poníamos; solo tirábamos. En el triangulito de la Parroquia -hoy ya no
existe- que daba acceso a la puerta de la calle Los Mártires, solíamos poner
“montacaña”, que no era otra cosa que tres canicas juntas, haciendo de base en
el suelo, y otra encima de ellas. En este juego se ganaban muy pocas. Solo te
llevabas esas cuatro y la tuya. Conviene aclarar aquí que en casi todos los
juegos de las canicas te daban las de la apuesta más la tuya. Ejemplo:
“Montacaña con la tuya”; “cinco con la tuya”; “diez con la tuya”… Mi buen Amigo
y vecino Ricardo “Cañitas”, llegó a poner hasta “veinte con la tuya” en la
hendidura que hacía el hormigón que sujetaba las patillas de la ya mentada
alcantarilla del Cine Doga, y había que tirar desde el Palacio de los Rodezno,
donde estaba “Almacenes Hidalgo”, casi al principio de la calle Garrán, por lo
que muy poquitas veces les dábamos. Para recoger las canicas que se nos caían a
las alcantarillas, teníamos una especie de cazos elaborados con un trozo de
alambre de medio metro aproximadamente, con un circulito invertido al final,
con los que las sacábamos a pulso con muchísima habilidad. ¡Éramos unos linces!
Además de estos juegos, existían otros como “el ojo poma”, que consistía en
ponerte la canica en el ojo, totalmente erguido, y dejándola caer a plomo,
darle a la que estaba en el suelo. “El bote”, modalidad que dominaban a la
perfección “Getali” y García, y que consistía en poner una peseta en el suelo,
a la que tenías que darle desde unos dos metros, sin que la canica tocara el
suelo. Y finalmente, el más tradicional y practicado: el “dale”, que consistía
en tirar una canica el que empezaba el juego, y, posteriormente, los demás ir
tirando las suyas hasta que uno de nosotros le diera. En este juego te servías
de los charcos, del barro, de las hojas… Por eso existía el “pido limpien”, que
no era otra cosa que el retirar de la canica que te ibas a ganar todos los obstáculos
que tuviera. Existía, igualmente, el “monta”, que era montar con el pie la
canica que te ibas a ganar. Las canicas las vendíamos a “diez a la peseta”, y
cuando algunos las retenían guardaditas en los tarros de sus casa, por más que
intentábamos fabricárnoslas nosotros mismos con arcilla de La Tejera, siempre
acabábamos donde “La Elvira”, comprándolas nuevas a “cuatro a la peseta”.