El
Día del Domund.
Como ya ha quedado
dicho en repetidas ocasiones, y aun yendo en contra mía -podría presumir
perfectamente de haber sido un niño modelo-, de pequeño tenías que buscarte la
vida como podías -explotabas hasta los accidentes para ello, como se verá en
otro artículo-, y el “Día del Domund” era una ocasión propicia para hacerlo.
Recuerdo que ese día salíamos a pedir por las calles najerinas -para los
negritos de África, nos decían- un montón de niños; unos, con aquellas huchas
de la cabeza de un negro, y otros, con unos saquitos de tela blancos, con la
noble intención de ganarnos un trocito de cielo, recaudando mucho dinero para
que nuestros Misioneros lo repartieran entre los niños negros, convertido en
medicinas y alimentos. A pesar de nuestras buenas intenciones, en cuanto
teníamos unas pocas monedas dentro -yo siempre elegía para pedir el saquito de
tela blanco, porque quitarle el corcho a la cabeza del negro era muy costoso-,
nos metíamos en cualquier portal y, completamente atemorizados por si alguien
nos pillaba, hacíamos un justo reparto del dinero, no fuera a ser que ellos
tuvieran mucho -los negritos- y ni una puñetera peseta nosotros. Algunos, -por
muy cruel que me parezca al escribirlo-, para no tener ninguna relación con los
frailes, salían de sus casas ya con los saquitos de tela blancos que ellos
mismos se habían hecho. Al final de la jornada, todos quedábamos contentos,
porque gracias a la generosidad de los najerinos de entonces, huchas, sacos y
bolsillos terminaban llenos, solucionándonos por una temporadita el problema del
sustento.
Operación
cartón.
Al hilo de lo
anteriormente escrito, recuerdo que en una ocasión se llevó a cabo en nuestra
ciudad lo que dio en llamarse “operación cartón”, y que consistía fundamentalmente
en que todos los niños de Nájera fuéramos de tienda en tienda solicitando las
cajas de cartón que tuvieran vacías para llevarlas a las escuelas del mercado
-estaban ya abandonadas- e ir amontonándolas allí, bien plegaditas, para
venderlas a favor de no sé qué misión. No recuerdo muy bien si fueron los curas
de nuestra ciudad los responsables de esta “operación” -creo que sí-, pero
recuerdo como si fuera ahora mismo la increíble algazara que preparamos durante
unos días toda la chiquillería de Nájera mientras transportábamos los cartones
recogidos atropelladamente en las tiendas, con cojinetes, cochecitos de niños,
carritos, bicicletas, carretillas… y hasta arrastrándolos por el suelo atados a
unas cuerdas, hasta llenar todas y cada una de las aulas de la vieja escuela,
desbordando totalmente toda expectación. Yo no recuerdo acto alguno en el que
haya habido nunca tanta participación, tanta algarabía y tanta ilusión, como en
aquella maravillosa y olvidada por casi todos, me temo, “Operación cartón”,
¡Quede, pues, inmortalizada por siempre en esta humilde crónica que hacemos
posible ustedes y yo, ocupando un lugar de honor!