Gerardo
Monasterio y yo pertenecemos a esas personas que el político y filósofo
ateniense, Demetrio de Falero definía con la siguiente frase: “Un hermano puede
no ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano”. Amigos para siempre. Nuestra
amistad nació a raíz de un viaje que hice a Valencia a los dieciséis años, y
que detalladamente le relaté cuando regresé a Nájera de nuevo. A partir de ese
día me integré en su cuadrilla, “Los Golfos”, y juntos vivimos los años más
intensos, apasionantes y hermosos. Con su Seat 600 nos recorríamos todas las
fiestas de los pueblos, con la música de los Chichos de fondo. Íbamos también a
San Fermín, a Vitoria, a Miranda y a algunos otros sitios que relataros no
quiero. Fueron años maravillosamente interminables en los que quisimos vivirlo
acelerada e intensamente todo. Años de camaradería, de confidencias, de
escaramuzas amorosas, de juegos de cartas, de chamizos, de discotecas, de
bailoteos, de merendolas, de algarabía, de medios cubas y cigarrillos rubios. Años,
en fin, en los que lo compartimos todo. Después, el caprichoso y puñetero
destino quiso que nuestras vidas transcurrieran por diferentes caminos. Y sin
embargo, siempre hemos estado ahí: atentos, expectantes, vigilantes..., dispuestos
a partirnos el alma sin pestañear el uno por el otro. Nos queremos y nos respetamos
a pesar de ser en algunos aspectos completamente opuestos. El pasado día 24 de
Junio, festividad de San Juan, coincidimos en el Bar Franco, y “Gerar” -así le
llamábamos los Amigos- quiso que Alfonso Arnáiz, que también estaba por allí,
nos inmortalizara con esta foto. Quede, pues, Amigo Gerardo, inmortalizada
junto a la foto, nuestra hermosa, sincera y eterna amistad, labrada a prueba de
fuego.