Los
desencajonamientos.
Cuando las novilladas
se celebraban en la vieja plaza de toros “El Ruedo”, existía una afición
increíble por asistir todas las tardes a ver in situ los desencajonamientos de
los novillos, y su posterior entrada en el corral , contemplando en toda su
dimensión su trapío o flaqueza, para ir luego por ahí ensalzando o
defenestrando a las ganaderías, según fuera la impresión causada por los
mismos. Creo recordar que incluso se sacaba entrada para verlos, cosa que por
otra parte me extraña sobremanera, porque yo asistía a todos ellos y andaba
siempre de dinero de puñetera pena. La canción aquella de “Me están pasando
unas cosas/ cosas que son del diablo/ tengo los bolsillo rotos y no se me caen
los cuartos…”, podían perfectamente haberla compuesto para mí. Bromas aparte,
lo cierto es que causaba verdadera impresión ver cómo, encontrándose todos los
novillos juntos dentro del ruedo, se embestían y herían unos a otros con sus
temibles y afilados cuernos, y hacerlo además tan de cerca. En una ocasión,
trajeron los novillos por la mañana y no recuerdo muy bien porqué, en lugar de
estar dentro de la plaza viendo el desencajonamiento, me encontraba afuera, en
el camión que los había traído, en el espacio que quedaba entre éste y el
corral -quizá fuera por eso, porque se toreaban ese mismo día por la tarde e
iban directamente al corral, en lugar de a la plaza-, perfectamente parapetado
detrás de uno de los tablones que habían colocado a ambos lados para tapar el
hueco. Con anterioridad, habían puesto otro inclinado para que los novillos bajaran
por él, recostado sobre unos fardos de paja colocados en el suelo. Al ir a
entrar en el corral uno de ellos, no sé si fue porque se hundieron los fardos
de paja o porqué, la cuestión es que, tras mandar a hacer puñetas los tablones
con sus temibles cuernos, se escapó por el lado opuesto al que yo me
encontraba, saliendo a toda leche hacia el Paseo. En décimas de segundo, como
por arte de magia -nunca he sabido cómo pude hacerlo-, me encontraba encima de la
cabina del camión, desde donde presencié un trágico suceso: un anciano muy
querido en Nájera, el “Aragonés”, íntimo amigo de mi abuelo Morgón, que se
encontraba allí mismo -de haber vivido mi abuelo les habría sucedido a los dos-,
tras refugiarse en un chopo, con la lógica intención de asustarlo para que se
fuera, amenazó con su bastón al novillo, y éste, en lugar de reaccionar como el
buen anciano esperaba, lo embistió, lanzándolo por los aires de una cornada,
dándole varias más antes de caer, rematándolo -si es que aún vivía- finalmente
en el suelo, sin que ninguno de nosotros hiciera nada por impedírselo. Al
final, después de unos interminables minutos que me parecieron siglos, llegó un
novillero de los que iban a torear por la tarde, y consiguió quitárselo. Después
de encontrarse el novillo dentro de la plaza, y de haberse pasado todo, estando
aún conmocionado por lo que había presenciado, recuerdo que rompí a llorar
desconsoladamente, pensando que mis hermanos, totalmente ajenos al suceso, estaban
tranquilamente viendo cómo “Colorín” le pegaba estacazos a la bruja, y podían
haber muerto de haber bajado el novillo por el Paseo. Recuerdo también, como si
fuera ahora mismo -parece que lo estoy viendo- que Gregorio “el soriano”, a pesar
de su edad, trepó a lo más alto de un
chopo cuando se escapó el novillo, en apenas unos segundos. ¡Es increíble lo
que puede hacer el miedo! El hecho de que ese trágico día habría actuación en
el Paseo, me hizo pensar en un principio, por aquello de las “cucañas”, que era
el último día de fiestas -en realidad debió ser el primero-, lo que me recordó,
que un 18 de septiembre de 1964, murió en nuestra plaza de toros el novillero
Manuel Alpañé, tras recibir una cogida que, según supimos después, no le había
producido herida de asta. Recuerdo que entre la chiquillería se decía que había
muerto de miedo. En otros sectores se afirmaba que había sido de enfermedad. Y
algunos entendidos en la materia sentenciaban que quien lo había corneado de
muerte había sido la vida. Lo cierto es que aquel pobre hombre murió en nuestra
ciudad aquella trágica tarde, y fue conducido a una de las dependencias de la
Falange, donde fue velado por las gentes del mundo del toreo, ante las
perplejas e inocentes miradas de una muchedumbre concentrada en la Plaza de
España. Allí mismo supimos que iba a venir a nuestra ciudad, para llevárselo a
su pueblo a darle cristiana sepultura -creo que era Camas-, el matador de toros
Paco Camino, lo que creó muchísima más expectación que la creada por la
inesperada y sorpresiva llegada de “El Cordobés” a Nájera, cuando en una
ocasión, haciendo un alto en el camino, aparcó en la parada de taxis su 1.500
marrón y cenó en el Restaurante Las Pericas.