Las chozas.
Aunque no
sé muy bien si construir chozas o casetas -como el lector quiera- puede
considerarse un juego, lo cierto es que cuando tiraban alguna de las muchísimas
choperas que en Nájera había -sobre todo si estaba cerca de la escuela-, todas
las cuadrillas del pueblo nos afanábamos en construirnos una bien hermosa con
las ramas de los chopos abatidos, en la que, tras arduos esfuerzos, después de
terminada, y convenientemente adornada, pasábamos interminables horas jugando
en su interior a cualquier cosa en la más absoluta penumbra. Curiosamente, a
pesar de lo canallas que éramos en aquella época, esta nos duraba intacta
varias semanas, antes de que alguna cuadrilla rival, algún viento traicionero o
los mismos operarios encargados de hacer de los chopos madera nos la tiraran,
para convertirla en pasto de las llamas, quemando todos nuestros sueños de
poderío e independencia con ellas. Como puede ver el amable lector, incluso los
juegos de nuestra más tierna infancia están ligados al maravilloso entorno del
que anteriormente les hablaba.
Los
recortes de las monjas.
Por aquel entonces, las
“monjitas cerradas” -así es como se las llamaba-, las del Convento de Santa
Clara, por aquello de ser nietos de su sacristán -mi abuelo Eusebio-, nos daban
cantidades astronómicas de recortes que, además de quitarnos el hambre, nos
sabían a gloria bendita. Y siempre que me viene a la memoria este hermoso
recuerdo, no puedo dejar de preguntarme cuántos parroquianos tenían que tener
aquellas benditas monjas para generar tal cantidad de recortes. Porque, como ya
habrán adivinado ustedes, éstos no eran sino el producto de la elaboración de
las hostias de comulgar. Sea como fuere, lo cierto es que como ya les dije al
principio -lo de cuándo teníamos que acudir a por ellos no recuerdo muy bien
cómo nos lo montábamos-, nos presentábamos en el torno que tenían -aún lo
tienen- en el portal de acceso a la sala de visitas, y, tras llamar al timbre
que allí tenían, contestado el “Ave María Purísima”, con un “Sin Pecado
Concebida”, les decíamos a bocajarro a qué se debía nuestra desinteresada
visita.