Con lo tranquilos que estábamos los de mi generación, con nuestras mujeres o con nuestra soltería, ahora va, y a los socialistas no se les ocurre otra cosa que decretar que los hijos se apelliden por orden alfabético. Es decir, que si mi mujer se apellida Alonso, y yo, Martínez, verbigracia, mis hijos serán Alonsos. ¡De los de toda la vida!
Verás tú ahora, qué ciscos va a haber en los domicilios conyugales, con la que ya nos estaba cayendo, dilucidando a ver, no ya cómo haremos para comer filetes, sino cómo coño se van a apellidar nuestros hijos (yo estoy salvado, porque mi mujer se apellida Suárez), bajo amenaza de divorcio. Eso en cuanto a los casados. Pero es que los solteros, lo tienen aún mucho más crudo. Imagínate tú a Ramón, a Jaime, a Daniel, a Fernando y a tantos y tantos más, en una Discoteca, preguntándoles a las chicas: ¿y tú cómo te apellidas?, en lugar de aquello que tan aprendido teníamos: ¿Estudias o trabajas? ¡La que digo! ¡Un auténtico fastidio!