El presidente Pedro
Sanz no tolera que nadie intente hacerle
sombra, así que no duda en recordar a todos de dónde vienen y a quién le deben
la poltrona. El ejemplo más sangrante es el del alcalde de Huércanos, Roberto Varona, y
presidente de una fantasmagórica Federación Riojana de Municipios que apenas ha
servido hasta ahora para otra cosa que para sacar a la luz un libro en pasta
dura que contiene las biografías trucadas de todos los alcaldes que en La Rioja
han sido desde las primeras elecciones democráticas del año 79. Un libro
devenido en pura ciencia-ficción. Y un derroche injustificable que debería
avergonzar a sus responsables, si a sus responsables les quedara todavía el
recuerdo de lo que significa ese concepto que denominamos ‘vergüenza’ y también
‘sentido del ridículo’. Quien ahora luce trajes caros y muestra su pelo escaso
y teñido de negro, con rizos por detrás, y una barba blanca estilo Rajoy, ha
llenado de farolas innecesarias todas las calles de Huércanos y de paso ha
aprovechado su compadreo con la cúpula del PP para enchufar en el CARPA a su
señora, poner de desatascacañerías a un sobrino con el título de Derecho bajo
el brazo y colocar durante varios meses a una cuñada separada. Este sujeto, que
desde hace tiempo luce palmito en todas las cuchipandas que organiza el
partido, era en otros tiempos menos gloriosos un operario de los que ajustan
las canillas y arreglan los plomos fundidos. El presidente no quiere que nadie
se le suba a la chepa, así que cada mes hace que Varona acuda al palacete de
Vara de Rey a cambiarle la escobilla del váter. Luego lo empuja hasta un rincón
y le obliga a autopropinarse unos buenos zurriagazos en la espalda desnuda,
como si fuera un miembro numerario del Opus Dei.
- Esto,
Robertito, es para que sepas quién corta el bacalao aquí y que los cargos y favores no son gratis
total: hay que pagar un peaje por ellos.
Mientras
se flagela con un entusiasmo que no alcanza ni de lejos el que exhibe el
penitente menos devoto de los ‘picaos’ de San Vicente de la Sonsierra, el
alcalde de Huércanos consigue articular una retahíla que produciría sonrojo a
cualquiera que estuviera más dotado de pundonor y de sentido estético.
- Tú
eres Pedro ‘el Grande’, oh presidente
sapientísimo (¡ayayay!), y a ti te lo debemos todo: casas, coches, sueldos,
sobresueldos, bufandas y comisiones. Loado seas por tu inteligencia, tu
elocuencia y tu bondad (¡joder, joder!). Los demás somos contingentes, más
despreciables que una jiñada de perro pinchada en un palo si nos comparamos
contigo (¡ayyyyy!), varón esclarecido, líder serenísimo, el único hombre
imprescindible en esta bendita tierra
riojana.
Aunque
no lo quiera reconocer, el presidente se conmueve hasta las lágrimas ante el
espectáculo de quienes son capaces de revolcarse sin pudor en semejantes
muladares de servilismo y adulación rastrera. Y todo para no bajarse del
machito.
- Así me gusta, chico, que sepas de
dónde vienes y cuál es el lugar que te corresponde. Déjalo por hoy. El mes que viene te espero a
la misma hora.
El
anuncio del regreso a la política de ese muerto viviente llamado Julio Revuelta le inquietó en su
momento al presidente Sanz lo mismo que el pedo de una pulga. Si hay algo que
él no tolera es la deslealtad personal y la disidencia interna. A los díscolos
y a los traidores los pone en un pispás mirando para la sierra de Cantabria,
allí donde La Rioja pierde su casto nombre. Él sabe que Revuelta fue el
responsable directo de ese desaguisado en que acabó convirtiéndose la Gran Vía
logroñesa, vergüenza para todos y saco sin fondo que hemos terminado pagando
los de siempre. El presidente tenía y tiene la peor opinión del antiguo alcalde
popular. Lo conceptúa como un sinsorgo, un estirado y un impresentable,
políticamente hablando. Y verlo después haciendo manitas y pactando con los
responsables del Partido Riojano le puso a Pedro Sanz de los nervios. En cuanto
se vaya acercando la fecha de las elecciones piensa sacar todos los trapos
sucios que acumula Revuelta, mayormente esos despachos de arquitecto a los que
el exalcalde se mostraba más inclinado de lo que la prudencia exigía cuando
pintaban tiempos de vacas gordas. Pedro Sanz va a ir por él a degüello, aunque,
como hace siempre, encargará que el trabajo sucio se lo hagan otros, mientras
él se deja querer. Porque el presidente tiene también su talón de Aquiles. Es
muy vanidoso, y lo que más le gusta es que le regalen los oídos, aunque sea de
mentirijillas:
- ¡Guapo, guapo!
Sempronio Graco
Continuará