Adiós, mis queridas Vueltas; qué
triste se queda el pueblo, señores, pues se acabaron las fiestas… Este sencillo
-en apariencia- cantar, me pone la carne de gallina todos los sampedritos,
cuando una muchedumbre de najerinos lo canta en el entierro de la Venancia.
Llamadme sentimental, romántico, incluso idiota, pero cada vez que lo escucho,
siento que mi bienamado padre está con nosotros en la Plaza. Ayer, mientras
observaba cómo lo pedía la muchedumbre -casi lo exigía-, cantándolo al unísono,
terminada la segunda Vuelta, se me saltaron las lágrimas. -¡La que preparaste,
Benedicto, concibiendo la Venancia!- Pocas veces he visto a los najerinos bailar
y saltar con tantos bríos y con tantas ganas como anoche en la Plaza de
España. A pesar de estar cansados de tanta juerga, todos echaron el resto para
despedir con todos los honores a tu querida Venancia. Sea, pues, esta hermosa
noche, el broche de platino de unas espectaculares fiestas.