Hace tiempo tuvo lugar
una historia en la que se vieron involucrados el presidente del Gobierno de La
Rioja y varias militantes de su partido. Sucedió una noche de invierno, a altas
horas de la madrugada, y llegaron a intervenir algunos agentes de la policía
local de Logroño. Debido a la personalidad de sus protagonistas se echó tierra
apresuradamente sobre el asunto y se procuró por todos los medios que no llegara
a conocimiento de la opinión pública. Los policías fueron conminados a guardar
un mutismo total, y el suceso no trascendió. Fue como si nunca hubiera ocurrido.
De aquello han pasado ya más de diez
años. Ahora, por mor de alguna filtración interesada, se han conocido algunos jugosos detalles de la historia.
Era un martes de enero sobre las dos de la madrugada. Había
niebla, hacía un frío intenso y las
calles de Logroño estaban desiertas. Un vehículo de la policía local hacía su
ronda rutinaria por Vara de Rey procedente de Avenida de la Paz. De pronto, el agente
que iba de copiloto creyó distinguir luz tras una de las ventanas del primer piso del palacete de Gobierno.
- ¿Has visto esa claridad ahí arriba? Eso no es normal un
día entre semana y a estas horas.
El conductor detuvo el vehículo junto a la acera del
Espolón, frente al palacete, y miró hacia donde señalaba su compañero.
- ¡Qué raro! Puede que las mujeres de la limpieza se hayan
dejado las luces encendidas sin darse
cuenta.
En ese momento, pese a que las cortinas estaban echadas, advirtieron
que se iluminaba también la habitación de al lado.
- ¡Oye, oye, ahí arriba hay gente!
-exclamó nervioso el copiloto-. ¡A ver si van a ser ladrones! Aparca ahí
delante, junto a la marquesina de los urbanos, mientras yo pido
refuerzos.
Antes de cinco minutos se presentaron otros cuatro
policías e intercambiaron pareceres con
sus compañeros. Ninguno tenía claro cómo debían actuar.
- Casualmente
llevamos aquí un manojo de llaves, entre las que está la de la puerta de
entrada al palacete -dijo al fin uno de los recién llegados-. No perdamos
tiempo. Manolo, tú quédate aquí y pide más refuerzos por la emisora. Mientras
tanto nosotros intentaremos averiguar
quiénes son los que andan por ahí
arriba. ¡Vamos!
Cuatro agentes pasaron al interior del recinto del
palacete después de trepar por la verja. El quinto permaneció en la calle, vigilando.
Abrieron con cuidado la puerta de entrada y se deslizaron dentro. A todos se
les había quedado la boca seca y aumentado las pulsaciones. Empezaron a subir
las escaleras, despacio y de puntillas, mientras les llegaban sonidos de voces
atenuadas procedentes del primer piso. El agente que iba en cabeza desenfundó
su pistola e hizo gestos a los demás para que le imitaran.
Cuando llegaron al rellano se reagruparon. A uno de los
agentes le castañeteaban los dientes y otro sintió un repentino crujido en las
tripas y le entraron ganas de ir al servicio. Dentro continuaban las voces. Parecían
de mujer. Los agentes estaban cada vez más asustados.
Unos metros más allá, en la sala donde se celebran
habitualmente los Consejos de Gobierno, se hallaban reunidos Pedro Sanz y
Emilio del Río, junto con la farmacéutica Francisca Mendiola (todavía no era
senadora), y cuatro militantes del partido: Marta Martínez, recién promocionada
a la alcaldía de Nájera tras la renuncia obligada de Antonio García Manzanares;
Ana Lourdes González, primera mandataria de Ribafrecha; Cuca Gamarra, por aquel
entonces aún lejana aspirante a la vara de mando del Consistorio logroñés, y la
pochanquera Cristina Maiso, militante de una fidelidad irreprochable y siempre intentando
hacer méritos para escalar puestos y honores en el organigrama del Partido Popular.
Desde hacía más de media hora estaba celebrándose en la
sala del Consejo de Gobierno una ceremonia maquinada por Emilio del Río, siempre
ávido de agradar a su jefe, el presidente Sanz, con propuestas ocurrentes e
imaginativas. Dados sus amplios conocimientos sobre cultura clásica, Emilio se
había inspirado en la figura de las vírgenes vestales, aquellas sacerdotisas
encargadas de mantener vivo el fuego sagrado de Vesta, la diosa protectora de
la antigua Roma, cuya llama representaba el bienestar de la República. En esta
ocasión, el traductor y comentarista de Marco Fabio Quintiliano se había visto
obligado a realizar algunos cambios, el más importante de los cuales había
consistido en reemplazar la figura de la diosa Vesta por la del diosecillo Pedro
Sanz, con más aspecto de fauno, incluso de sátiro, que de otra cosa. No
obstante, en lo tocante a las exigencias requeridas a las postulantes, éstas
continuaban siendo las mismas que dos mil años atrás: lealtad y dedicación
permanente al dios, adoración a su figura, promesa de acatar siempre todos sus
deseos manifestados a través del oráculo, y compromiso de no compartir públicamente
su vida con ninguna otra persona, hombre o mujer, según fueran las tendencias
sexuales de cada cual.
Para que la ceremonia poseyera cierta prestancia y altura
estética, las cuatro postulantes vestían túnicas blancas; además llevaban el
cabello suelto y habían comparecido sin joyas, aderezos o afeites de ninguna
clase. Por su parte, Pedro Sanz vestía una amplia y elegante túnica de seda
roja, mientras tocaba su testa con una corona de laurel. Emilio del Río pensó por
un momento que el presidente se asemejaba de forma algo grotesca al emperador
Nerón momentos antes de ordenar el incendio de Roma -¡sólo le faltaba la lira!-,
pero procuró apartar ese pensamiento de su cabeza para que no le diera la risa.
En su papel de maestro de ceremonias, el consejero Del Río se había procurado un
traje de arlequín con botines de felpa y un gorrito con dos cascabeles que le
hacía parecer un juglar medieval algo tronado. La que estaba para echarla a los
leones era Paquita Mendiola, a quien Emilio había reservado para la ocasión el
papel de gran sacerdotisa. Con una túnica flotante de color verde y un tocado
que recordaba a los cuernos afeitados de un toro, Paquita tenía un inequívoco
aire de hada Maléfica o de madrastra de Blancanieves, aunque a decir verdad ella
ya parece alguna de las dos cosas, o las dos al mismo tiempo, aunque no se
disfrace para la ocasión. Sólo con que se embuta uno de esos vibrantes pantalones
con florecillas silvestres a los que tan aficionada es, ya dan ganas de salir corriendo.
De ahí que algunos compañeros de partido se refieran a ella llamándola, con un
poco de comprensible mala uva, «Paquilla Primaveras».
El caso es que cuando los policías locales llegaron al
palacete de Gobierno, el presidente Sanz, Emilio del Río y las cinco damas ya
llevaban más de un cuarto de hora
practicando un extraño y relamido ceremonial. El primer mandatario
riojano, envuelto en su epatante túnica roja, se hallaba sentado en una silla
con ruedas y posabrazos al fondo de la sala, mientras su consejero Del Río y
Francisca Mendiola se hallaban de pie a su lado, el uno a la derecha y la otra
a su izquierda. Entretanto, las candidatas a sacerdotisas se habían ido
acercando al presidente, después de practicar un simulacro de procesión
alrededor de la mesa donde se sientan los miembros del Gobierno durante los
Consejos. Emilio del Río había facilitada a cada una de las chicas una vela que
luego había encendido, y ellas la portaban con la mano izquierda, mientras la
derecha la llevaban apoyada sobre el corazón. Al tiempo que se acercaban al
presidente, las cuatro iban entonando el canto litúrgico Perdona a tu pueblo, Señor, aunque sustituyendo la palabra Señor
por el nombre de Pedro con acento en la ‘o’. O sea: Perdona a tu pueblo, Pedró; perdona a tu pueblo, perdónalo, Pedró.
Una vez que llegaron
ante el dios, las cuatro postulantes se desplegaron en abanico. Entonces la gran sacerdotisa
desenrolló una especie de pergamino que Emilio del Río había preparado con mucho
esmero, y fue desgranando una serie de frases cortas o letanías que luego
repetían las candidatas:
«Tú eres, ¡oh presidente Sanz!, el
único hombre al que nosotras amamos, el único al que veneramos, el único al que
respetamos.
»Para nosotras no existe más dios
que tú, y sólo en tu palabra confiamos, sólo a ti nos entregamos y sólo por ti
estamos dispuestas a vivir y a morir.
»Bendito seas entre todos los varones
que habitan esta tierra riojana, pues que nunca fue aquí caballero de damas tan
bien servido como tú lo eres ahora, príncipe de los ingenios, orgullo de las
madres, benefactor de todas las vírgenes que han sido, son y seguirán siéndolo
por ti en el futuro.
»Porque sólo tú eres bueno, sólo tú
eres sabio, sólo tú inteligente y veraz.
»Pide y se te dará, insinúa y se te
satisfará, reclama y se te complacerá.
»Los menores de tus deseosos son
órdenes para nosotras, y por ti estamos dispuestas a renunciar no sólo a nuestra
condición femenina sino también a la de seres pensantes y actuantes.
»Por tu bondad comemos, debido a tu
generosidad nos realizamos, y en la medida de tu voluntad nos manifestamos como
entes racionales, independientes y
autónomos, aunque sólo sea lo justito y
sin pasarnos.
»Tuyas somos en cuerpo y alma, ahora
y mientras sigas siendo el presidente de todos los riojanos y riojanas, dechado
de perfecciones, foco polarizador de nuestros anhelos, sultán de mil harenes.
»Que sepas,
¡oh presidente magnífico!, que haremos siempre lo que tú nos pidas, porque a
todo hemos renunciado por ti y de ti lo esperamos todo. Pero todo, todo…
¡Guapo, más que guapo!
Mientras escuchaba a las postulantes repetir las letanías
que les iba recitando la gran sacerdotisa, Emilio del Río tuvo la sensación de
que se le había ido la mano en el panegírico y en las loas a Pedro Sanz.
Tanto empeño en halagar la vanidad del
presidente, y aquello, de tan exagerado y surrealista parecía haber sido alumbrado
al alimón entre Groucho Marx, Woody Allen y los hermanos Tonetti.
Los agentes locales se hallaban apostados tras la puerta
de la sala de reuniones del Consejo de Gobierno. No acertaban a comprender lo
que estaba sucediendo dentro de la sala, pero el que ejercía de jefe les indicó
por señas que se disponía a abrir la puerta.
Cuando las postulantes terminaron de
repetir las letanías que les iba leyendo la gran sacerdotisa, se hizo el
silencio. Fue entonces cuando Pedro Sanz se puso en pie, carraspeó, juntó las
manos y se dispuso a pronunciar unas palabras.
De pronto se abrió violentamente la puerta de la sala y
aparecieron los cuatro agentes locales, que se colaron dentro pistola en mano y
se situaron con las piernas flexionadas y apuntando en todas las direcciones.
- ¡Quieto todo el mundo!
- ¡Arriba las manos!
El
estupor fue general. Las chicas giraron la cabeza y se quedaron mirando a los
intrusos. La gran sacerdotisa reculó unos pasos, mientras Pedro Sanz empezó a
soltar improperios. Sólo Emilio del Río permaneció quieto y callado, como si en
el fondo aguardara la aparición de los agentes para componer un digno colofón a
la mascarada que acababa de representarse allí dentro.
Los policías tardaron unos instantes en reaccionar.
- Hola, buenas.
- Perdón por las molestias.
- Pasábamos por aquí y hemos visto
luz tras las ventanas…
Entonces, como impelidos por un mismo resorte, los cuatro
salieron de la sala y echaron a correr escaleras abajo, mientras se iban
diciendo el uno al otro: «¡Hostia, tú, pero si era el presidente Sanz vestido
de maricona!». Y el segundo: «¡La madre que me parió, ¿pues no era el otro gachó
Emilio del Río disfrazado de payaso?!». El tercero se lamentaba, al tiempo que
bajaba las escaleras de tres en tres: «¡Me parece que nos va a caer un marronazo
de mil pares de narices!». Y el cuarto: «¡Bien empleado nos está por meternos a
redentores!»
El patinazo de los agentes no tuvo mayores consecuencias.
Se les pidió que guardaran silencio sobre lo que habían visto y que se
olvidaran cuanto antes de lo sucedido aquella noche.
Las cuatro candidatas a sacerdotisas del dios Sanz han
respetado hasta ahora el compromiso personal que adquirieron hace una década. Todas
permanecen solteras, y de su fidelidad personal al presidente del Gobierno y
del Partido Popular en La Rioja no dudan ni sus más acérrimos detractores. Las
cuatro parecen un calco y prolongación de Pedro Sanz, y no hay mejores
propagandistas que ellas de las falsas promesas, abusos y maquinaciones de su
jefe. Parecen integrantes de una secta oscura en la que el de Igea ejerce de
brujo que les ha comido el cerebro. Todas viven desde hace años por y para la
política. Ninguna de ellas ha dado palo al agua fuera de ese círculo, y así
esperan seguir en los próximos años, salvo que la corrupción que corroe los
cimientos del Partido Popular se lleve a éste por delante y las arrastre a
ellas también. Entonces será el llanto y crujir de dientes, porque aunque tres
de las sacerdotisas son licenciadas en Derecho (Cuca, Marta y Cristina) y la
otra maestra (Ana Lourdes), nadie duda de que se las verían y desearían para
encontrar un trabajo decente fuera del ámbito cerrado de la política, un ámbito
en el que han hallado cobijo y han aprendido a nadar y bracear a sus anchas,
huyendo limpiamente de tiburones y otros depredadores. Tres de ellas (Cuca,
Marta y Ana Lourdes) son alcaldesas y candidatas a repetir cargo en las próximas
elecciones del 24 de mayo. Ana Lourdes es, además de alcaldesa, senadora,
aunque, eso sí, una senadora que no dice nunca esta boca es mía, pese a lo bien
que se le da apretar el botón que tiene delante de su escaño en el Senado para
marcar el sí o el no que le ordena su jefe de filas. Cristina es directora
general de Justicia e Interior a las órdenes de Emilio del Río, y ahí espera
seguir muchos años más si un cataclismo no se lo impide. Todas las encuestas
pronostican un derrumbe del Partido Popular en España, salvo en La Rioja,
claro, donde, como ya escribimos en otra ocasión, parece existir un ecosistema
político diferente al del resto del país. También puede suceder que aquí
tengamos más tragaderas que en otras partes. O que seamos más ilusos. O que estemos
peor informados. O que no nos apetezca cambiar. O que la propaganda machacona
de los populares haya terminado calando en el ánimo de los riojanos y nos haya
dejado sin capacidad alguna para dar un golpe de timón y cambiar de rumbo. O
que la red clientelar potenciada desde el Gobierno y el Partido Popular por
Pedro Sanz y los integrantes de su guardia pretoriana haya dañado el cerebro de
los riojanos hasta inducirnos a temer que si gobiernan otros distintos a los
populares esto se convierta en un putiferio y degenere en una hecatombe sin paliativos. ¡Quién sabe!
En lo que hace a la historia que se ha expuesto más
arriba, hay quienes dudan de que sucediera alguna vez. Nosotros también tenemos
nuestras dudas, aunque pensamos que se trata de una historia que retrata con
verosimilitud a unos personajes y una situación: la sorprendente permanencia de
cuatro mujeres escasamente dotadas en altos puestos de la política regional. Por
eso, como dicen los italianos, Se non è
vero, è ben trovato. O sea: Aunque no sea verdad, está bien compuesto.
Sempronio Graco
Continuará