Mucho antes de que el
señor Quico diera los tres golpes de bombo, “pom, pom, pom”…, nosotros ya
estábamos alborotados esperando el comienzo de nuestras soñadas “Vueltas”. La
mayoría habíamos estado almorzando en el cascajo con nuestros padres -antes
tenían esa buena costumbre-, y el ansia de bailar al son de la “morena y la
rubia, hijas del pueblo de Madrid”, alrededor del viejo quiosco, hacía que se
nos antojara larguísima la espera. Cuando ya estábamos hechos cisco de tanto
correr y empujarnos unos a otros, comenzaban las Vueltas y, con ellas, nuestra
particular hazaña: conseguir darlas enteras y llegar después sanos y salvos
hasta la Plaza de España. Era en el peregrinar hacia dicha plaza donde nosotros
adquiríamos todo el protagonismo. Nos agarrábamos todos de las manos y
formábamos grandes corros que se estiraban y encogían al compás de nuestras
coplillas, ajenos a la gente y a los músicos. No oíamos la música -ni puñetera
falta que nos hacía-, pero no nos importaba porque nuestra ilusión no era
retrasar la llegada a la plaza, sino adelantarla, y les sacábamos grandes
distancias a los sufridos músicos, que se las tenían que ver con los mayores,
mientras cantábamos sin cesar el “Caracolero de Tricio”, “Has de bailar, que te
tengo dar perucos”, “En el corral de Tivo ha caído un aeroplano”, “Ha venido un
carro lleno de tijeras”, “Nos han obligado a cambiar de herrero”, “Ay,
Viriato”, “El aldeano tiró la piedra”, “Beber, beber, beber es un gran placer”,
“Ay, Manolé”, “Si no tienes un duro no te hace caso nadie”, “El 24 de Junio”,
“Ojalá te emborracharas, Manuel”, “Ya llegó el verano, ya llegó la fruta”, “Severín
Severín”, “Si te pega tu marido”, “Qué chispa tienes, Calatayud”…, y un
larguísimo rosario de canciones que conformaban el riquísimo y olvidado
folclore sanjuanero. Cuando los mayores
no habían llegado aún al Puente de Piedra, nosotros ya estábamos
sentados en el suelo de la Plaza de España, esperando ufanos la llegada de los
torpes, de los retrasados. ¡Habíamos conseguido llegar, y además les habíamos
ganado! Cuando asomaban por el antiguo Bar Hispano, aplaudíamos -los niños de
entonces éramos solidarios y animábamos a los perdedores- y nos poníamos
rápidamente de pie para volver a dar las “Vueltas” y marchar a todo meter a
casa a comer, para preparar los botes de fruta en conserva y las botellas de
limonada, naranjada y cola que nos servían de merienda en la Fuente de la
Estacada. Después de habernos puesto ciegos de melocotón y piña en almíbar y de
que los refrescos nos salieran por las orejas, nos dirigíamos a la Plaza de
España a seguir la juerga, mientras los mayores comenzaban a ubicarse en las
frondosas choperas para dar buena cuenta de las copiosas meriendas que
transportaban en grandes cestos cubiertos con mantelitos de cuadros, que hacían
que se nos fueran los ojos detrás de ellos, con una increíble envidia. Esta vez
nos tocaba cantar la de “Hemos perdido, pero nos hemos divertido”. Y, como si
tal cosa, proseguíamos nuestra sanísima
y personal juerga hasta que nuestros padres nos iban a buscar para llevarnos a
casa a descansar. Aunque las fiestas de San Juan siempre serán especiales y
nunca faltarán hermosas anécdotas que contar y añorar, quizá no estaría de más
el que lleváramos a nuestros hijos a almorzar y los soltáramos después en el
Paseo en busca del tristemente desaparecido folclore popular. ¡La fiesta seguro
que nos lo agradecería!