Son las nueve de la mañana de un lunes cualquiera. En el palacete de Gobierno de La Rioja, el consejero de Justicia e Interior, Emilio del Río, golpea con los nudillos la puerta del despacho presidencial.
- ¿Das tu permiso, presidente?
- ¡Pasa, Emilio!
Vistiendo
un terno gris oscuro y una corbata azul claro, el consejero cruza la puerta, da
un enérgico taconazo y saluda a la romana.
-
¡Arriba España!
El presidente
lo mira con una sonrisilla burlona que le achina los ojos hasta convertirlos en
dos muescas oscuras. Está en mangas de camisa, con el nudo de la corbata
apretándole ligeramente la lustrosa papada.
- Baja
ese brazo, Emilio, que das el cante. ¡Viva La Rioja!
El
consejero coloca los brazos en jarras y se pone a imitar a Begoña Arboníes en trance de cantar una jota.
- Y
viva el vino de Harooo y las peras de Rincón, los chorizos de Baños… ¡Y la
Virgen de Valvaneraaaaa…!
Tras
retirar a un lado de la mesa el informe que estaba leyendo, el presidente se
endereza y luego reclina el cuerpo contra el respaldo del sillón, mientras
junta las manos en un gesto inadvertidamente arzobispal o cardenalicio.
- Anda,
Emilio, siéntate ahí y deja de hacer payasadas. ¿Me traes la lista de
desafectos a nuestro Régimen que te pedí?
- Aquí
la tengo.
Emilio del Río ha dejado de ser traductor y comentarista
del retórico Marco Fabio Quintiliano para convertirse en la mano derecha,
doberman de guardia, desatascador de cloacas y ejecutor de los trabajos sucios
que le encarga el presidente. Con tantos quehaceres ya no saca tiempo ni para
teñirse el pelo, y desde hace unos meses luce un tupé canoso que ha logrado
dulcificar su antigua imagen de chico malo.
- ¿A cuántos tienes fichados en tu lista de desafectos,
Emilio?
- A tres o cuatro centenares.
- ¿Tantos, eh? Parece mentira, después de habernos pasado
cerca de veinte años invadiendo y ocupando todos los espacios de la
sociedad civil.
- Eso sí, la lista la sigue encabezando, como siempre, el
editor de Piedra de Rayo. Ya lleva
más de una década siendo el número uno de nuestro particular hit parade.
- A ese ni agua.
El consejero cavila unos instantes.
- Pues fíjate, presidente, lo que son las cosas: yo creo
que le he terminado cogiendo cariño.
- Ten mucho cuidado, Emilio. Te estás volviendo un
sentimental, y ya sabes que eso no podemos permitírnoslo los políticos de raza.
- ¿Tú crees?
- Me lo habrás oído decir mil veces: a los gobernados hay
que llevarlos derechitos como velas a base de palo y zanahoria, que en nuestro
caso consiste en repartir caramelos en forma de cargos y subvenciones generosas
para los nuestros, y a los demás hostiazo y tentetieso. Para que sepan todos
quién manda aquí y se anden con ojo. La
cosa funciona así: si no tú no estás a mi lado y de mi parte te conviertes en
mi adversario, y entonces yo lo que voy a hacer desde el Gobierno es darte por
saco todo lo que pueda. Así que ya sabes, riojanito: chitón y a obedecer. Pero
sin tocarme los cascabeles más de la cuenta.
- No, si yo te entiendo perfectamente, presidente, pero
es que me da no sé qué. Fíjate que para sacar a la calle nuestra Belezos le acabamos fusilando a Muntión
la idea, el formato, las secciones y toda la temática al completo de su Piedra de Rayo. Se lo fusilamos todo. Ya
sólo nos ha faltado fusilarlo a él.
- ¿Cómo has dicho?
- Estaba hablando en sentido figurado, presidente.
- Ah, bueno, vale, aunque tampoco estaría mal que alguien
le diera un buen tirón de orejas al de Tricio. Porque, mira, estoy de pedruscos
rayados, de blogs cantores que no se callan ni debajo del agua y, en general,
de izquierdosos que van a su bola y con ganas de jorobar la marrana, hasta más arriba del ciruelo. O sea: del
mismísimo ciruelo. ¿Sabes cómo te digo?
Sempronio Graco Continuará