La encuesta más reciente
que el CIS ha dado a conocer sobre la intención de voto de los españoles en las
elecciones municipales y autonómicas del próximo domingo 24 de mayo vaticina
una pérdida de la mayoría absoluta del PP en todos los grandes Ayuntamientos
españoles, y también en aquellas Comunidades Autónomas donde se celebran
elecciones. Al parecer, sólo se libra de la quema la Comunidad de Castilla-León,
donde la candidata de los populares vuelve a ser la actual presidenta de la
Junta y secretaria general del Partido, María Dolores de Cospedal.
Aquí en
La Rioja, en vísperas de publicarse la encuesta del CIS, Pedro Sanz ya se dejó
decir que él no iba a pasar por la humillación intolerable de tener que
consensuar un programa de Gobierno con otro u otros partidos. O sea, que si los
resultados de las elecciones no le permitían formar un Gobierno monocolor donde,
según es marca de la casa, él pudiera seguir otros cuatro años más mangoneando
a su antojo a todos los riojanos, privatizando a discreción todo lo
privatizable, otorgando jugosas subvenciones a sus amiguitos del alma, y
repartiendo abundante alpiste, cargos y sinecuras a los simpatizantes más amados
de su piadoso corazón igeano, entonces agarraba el portante y se retiraba a su ilegal
chalé de Villamediana a meditar largamente sobre las vanidades de este mundo, y
tal vez a dictar a algún escriba de su más íntima complacencia esas
atolondradas memorias políticas que seguramente no habría por dónde coger.
Se
trataría, en todo caso, de unas memorias que, en un agradecible rasgo de humor,
podrían comenzar, por ejemplo, tal que así:
- ¿Cómo podéis cargar sobre mí el
malévolo reproche de decirme, ¡oh amados hijos míos!, que Pedro Sanz tiene o ha
tenido alguna vez complejo mesiánico? ¿Me estáis diciendo que yo he llegado a
creerme un Mesías? ¡Válgame el cielo! ¿El Mesías de La Rioja? ¡Pero bueno, por
favor! Eso es una acusación infundada y está expresada con la peor de las
intenciones. ¿Estamos? Bueno, pues como os iba diciendo, en aquel tiempo les
dije yo a mis discípulos…
Pero no. Pedro Sanz no tiene tanta
grandeza ni un sentido del humor tan depurado y exquisito que le lleve a hacer
en alguna ocasión chistes más o menos inofensivos sobre sí mismo. Al fin y al
cabo, si tú eres capaz de reírte de tu propia persona le estás quitando a los
demás un arma poderosa con la que ya no podrán ridiculizarte. ¿Parece sencillo,
verdad? El problema es que Pedro Sanz se toma él mismo muy en serio, y lo hace
imponiendo a los demás su imagen más antipática. A estas alturas, nuestro
primer mandatario ya es perro viejo y si algo ha aprendido en su larga
trayectoria de presidente es a ser hipócrita cuando corresponde y a emplear un
lenguaje lleno de guiños, eufemismos y sobreentendidos. Sin embargo, está tan
enamorado de sí, tan encantado de haberse conocido y tan convencido de ser un
líder escogido y tocado por la mano de Dios, que es incapaz de imaginar una
situación política en la que él no sea el que decida sobre lo divino y lo
humano y el que adopte las resoluciones que le den la gana, resoluciones a
veces nada sensatas y que, por descontado, nos afectan a todos los que vivimos
en esta tierra.
La primaria reacción de Pedro Sanz
poniéndose la venda antes de recibir la herida y negando la posibilidad de
llegar a compartir el poder con otro partido, posee toda la lógica y coherencia
con su manera de ser y con la forma en que ha transcurrido su existencia en los
últimos veinte años, desde el momento en que se encaramó a lo más alto del
podio político riojano. Dos décadas viviendo la ensoñación de creerte
infalible, rodeado de una caterva de mediocres que se pasan todo el tiempo
regalándote los oídos y diciéndote a cada momento lo listo que eres, lo
grandiosos que son tus proyectos, los inmejorables que resultan tus ocurrencias,
lo fina que luce tu oratoria y el regalo que supone para todos ellos lustrarte
cada día los zapatos con sus pegajosos lametones, todo eso tiene a la larga un
coste que acaba afectando al equilibrio interior de un hombre, a su psicología
más elemental y a la manera que tiene de encarar la realidad. En el caso del
presidente Sanz, digámoslo una vez más, los resultados acaban de sernos revelados
de la manera más burda hace muy pocos días, cuando, de forma inopinada y harto
ingenua para un político de su pelaje y de su larga experiencia, ha dado el
cante al proclamar su negativa enfurruñada a compartir el poder con nadie que
no sean sus propias gónadas. Sí, justamente esa parte de su anatomía de donde
afloran las razones últimas de muchos de sus empeños personales más
estrafalarios y difíciles de tragar.
Veamos, si no, por poner un buen ejemplo ilustrativo, el
caso del aeropuerto de Agoncillo. A nadie se le oculta que esa fue una
ocurrencia personal de nuestro personaje, que sintió en su momento un ramalazo
de soberbia, al modo en que los nuevos ricos se empeñan en alardear delante de
todo el mundo de sus recientes riquezas y necesitan homenajearse a sí mismos
erigiendo la mansión más grande, poniéndose a los mandos del cochazo más caro,
o haciéndose acompañar por el pibón más deseable a los ojos de sus amigotes,
una compañía y un supuesto glamur que han comprado previamente tirando de
chequera. Bueno, pues a nuestro presidente debió sucederle algo parecido. ¿Que
los demás tiene aeropuerto? ¡Coño, pues yo también! No importa que al final el
de Agoncillo haya terminado pareciendo más bien el aeropuerto de la señorita
Pepis, que cuando el Ebro se desborda llena sus pistas de agua y de barro, como
ha ocurrido recientemente, o que sea una instalación donde sólo pueden aterrizar
y despegar avioncitos de hélice, porque si son a reacción y un poco más grandes
acabarán desbarrancados en algún viñedo de los alrededores. Una instalación aeroportuaria
cuyo destino más razonable habría sido el de servir de pista para el despegue y
aterrizaje de avioncitos de aeromodelismo, pero que por la cabezonería de este
buen hombre nos cuesta cada años 80 milloncitos de euros contantes y
sonantes.
Cuentan
que Pedro Sanz, en uno de esos delirios de grandeza que le acometen de vez en
cuando, llegó a sopesar en serio prolongar las pistas para que pudieran
maniobrar en ellas los poderosos Jumbos y los anonadantes Boeing 747. Uno de sus
colaboradores reveló recientemente que el de Igea, en una fantasía algo burda y
disparatada, le aseguró que algún día aterrizaría en Agoncillo el Air Force One, o sea, el avión del
presidente de los Estados Unidos de América. ¡Qué astracanada! Sólo de pensarlo
dan ganas de salir huyendo de aquí a la velocidad del Correcaminos: George Bush
padre, o Bill Clinton, el de las buenas mamadas, sobrevolando el Atlántico y llegando
a Agoncillo a primeras horas de un luminoso día de mayo, requiriendo con
premura los sabios consejos políticos de un Pedro Sanz transformado en el
oráculo de Delfos, al que habrían seguido en su momento los demás mandatarios
mundiales que gobernaban en la época en que nuestro hombre empezó a dirigir los
destinos de La Rioja: el ruso Boris Yeltsin, el alemán Helmut Kohl, el francés
Jacques Chirac, o el británico John Major. ¿Se lo imaginan? Y Carlos Cuevas, aguardándolos a todos a la
entrada del palacete de Gobierno, vestido de danzante de Anguiano con faldas y
enaguas, encaramados a unos zancos y tocando las castañuelas, mientras cantaba a capella, con inconfundible aire de
jota:
¡Y en La Rioja no hay
tranvííía.
Tampoco tenemos
metrooo.
Pero tenemos un viiino
Que resuucita a los
muertos!
¡Ria, Riau!
Pero
volvamos a la realidad y asumamos que se acercan las elecciones. Ya están ahí,
a la vuelta de la esquina, y Pedro Sanz ha empezado a prometer lo imposible y,
en una de las costumbres que más desagrado producen, a visitar los hogares de
la tercera edad para abrazar, sin que se le caiga la cara de la vergüenza que
no tiene, a los ancianos aparcados en sus instalaciones, acariciando sus pobres
rostros marchitos, mientras sus colaboradores van tras él metiendo con mucho
morro y desparpajo, en los bolsillos de sus pijamas o de sus batines, los sobres color sepia con las papeletas del
PP. Y todo esto mientras reparten por doquier sonrisas falsas y
circunstanciales. ¿Entienden ahora por qué el PP de La Rioja lleva tantos años arrasando
en los diferentes comicios?
Sin
duda, a Pedro Sanz, soberbio y vanidoso como pocos, le habría gustado acuñar
moneda con su efigie, en la que apareciera escrita una leyenda equiparable a la
que aureolaba el rostro de Franco y que decía: «Francisco Franco, Caudillo de
España por la Gracia de Dios». Después de habernos tragado durante cuatro
lustros su feo careo en los noticiarios. Después de soportar año tras año sus
discursos modorros y vacíos de sustancia. Después de oírle manejar, una y otra
vez, la predecible colección de los tópicos más trillados, falsos y aburridos
sobre La Rioja y los riojanos, la leyenda que mejor se habría ajustado a la
efigie de nuestro actual presidente en funciones y candidato a darnos el peñazo
otros cuatro año más -¡los hados no lo quieran!.- habría sido la siguiente: «Pedro
Sanz, Caudillo de La Rioja porque Dios es un gracioso».
Sempronio Graco Continuará