¿Os habéis fijado qué crecido
baja el Najerilla? Está precioso. Como en sus mejores tiempos. Cada vez que
lo miro (que son muchas) me acuerdo de cuando mis hermanos y yo lo cruzábamos
temerariamente para ir a la escuela, antes de que la crecida, riada o najerillada
se llevara los puentes de tabla. A veces, lo hacíamos con un viento tan fuerte,
que nos arrancaba de nuestras frágiles manos los paraguas. ¡Cuántas veces hemos
desafiado sus bravas aguas, cruzándolos de un lado al otro ininterrumpidamente!
Tantas, que puedo deciros que estamos vivos de milagro. Luego, en los recreos,
saltábamos los riachuelos que la crecida había creado en las choperas, con las pértigas que Ángel, el jardinero del Paseo, nos proporcionaba, cayéndonos las más de las veces al agua. O lo que es lo
mismo, “haciendo la cuca”. Lo que nos obligaba a quedarnos sin entrar a clase, medio
en pelotas, secando en improvisadas lumbres nuestras ropas. ¡Qué recuerdos tan
hermosos…! ¡Recuerdos de infancia!