Esta noche, con el
desentierro de la Venancia, comienzan las fiestas más hermosas y salvajes del
año: las fiestas de San Juan y San Pedro. Fiestas de culto al Sol y de amor a
la Tierra; de vino y chuletas; de perucos, cerezas y fresas; de abrazos y
besos; de danzas y sexo; de jolgorio y alborozo; de incontinencia y excesos…
Días, en suma, salvajes como la vida misma. Aunque a decir verdad, hogaño no se
hace casi nada de esto. Y sufro mucho al escribirlo. Pero es así. Hoy, estas
hermosas y salvajes fiestas han degenerado mucho. Mañana domingo, 24 de junio,
día de San Juan, almorzaremos chuletas en la ribera del río, en descampados, en
bodegas y en chamizos, y nos uniremos a la fiesta a las dos de la tarde -perdiéndonos
las Vueltas del Paseo-, alternando el folclore sanjuanero con los bares, hasta llegar a la
Plaza de España, y dar las Vueltas hasta las cinco o cinco y media de la tarde.
Después, unos se irán para casa, y otros nos iremos a la zona hasta bien
entrada la noche. Nada queda ya de los escarceos amorosos en huertas y choperas
con el pretexto de las meriendas, ni del saltar y brincar alegre e
incansablemente, hasta desgastar las zapatillas, por todas y cada una de
nuestras calles. Ni de ir a bailar por la noche. Ni de repetir en San Juanito y
San Pedrito la experiencia. Ni tan siquiera sé si está vigente ahora mismo aquel
dicho tan revelador de estas fiestas, de que “el que en San Juan sanjuanea, en
Marzo, marcea". Peo esa es otra historia, que no viene a cuento ahora. ¡A
disfrutar de la fiesta!