Cada verano, cuando
declina el mes de agosto, se deja caer por La Rioja su eminencia el cardenal don
Eduardo Martínez Somalo. Viene directamente desde Roma a pasar unos días de
asueto con los suyos y ver cómo andan las cosas por su tierra. Pese a que
España es actualmente un país aconfesional en el que ha quedado fijada la
separación entre la Iglesia y el Estado, Pedro Sanz lo deja todo y se apresura
a viajar hasta Baños de Río Tobía para rendir pleitesía y doblar el espinazo
ante tan egregio visitante. Podría hacerlo a cencerros tapados en calidad de
creyente particular, pero eso equivaldría a perder una ocasión de oro para
darse publicidad mostrándose ante todos como la persona humilde, ferviente y
piadosa que no es ni por asomo. Así que nuestro hombre se presenta en Baños
luciendo toda la parafernalia y los avíos presidenciales, coche oficial y
guardaespaldas incluidos, para que los periodistas lo filmen y fotografíen
haciéndose carantoñas con monseñor, quien por su parte tampoco deja de actuar
en ningún momento como el alto funcionario eclesiástico que es. Martínez Somalo
debe pensar que si se quita la sotana y se desprende de la faja morada, la cruz
de oro que le pende del cuello y el solideo cardenalicio, para aparecer vestido
de paisano, con una camisa y un pantalón veraniegos, perdería ese halo de
fuerza y misterio que siempre debe acompañar a un alto poder de la Iglesia Católica.
El cardenal le hace los honores al presidente en la
puerta de su vivienda ante las cámaras de la televisión regional, los
fotógrafos y los periodistas de guardia, entre los que trata de significarse
sin disimulo, poniéndose de puntillas y adelantando ligeramente el mentón,
Casimiro Somalo, que para eso es también de Baños y sabe pelotear como nadie a
su eminencia reverendísima. El presidente Sanz le hace entrega a su anfitrión
de un paquetito que le ha pasado discretamente su chico de los recados, Arturo
Steven, a quien se le está poniendo una cara abotargada de tocinero de Chicago.
El paquete, que el cardenal abrirá más tarde, contiene dos novelitas de Andrés
Pascual dedicadas por su autor.
Martínez
Somalo invita a entrar a Pedro Sanz con él a su vivienda. Antes de eso, los dos
hombres saludan juntos y sonríen a los chicos de la prensa y a los curiosos que
se han ido acercando. Ya dentro de la casa, Pedro Sanz se quita la chaqueta, se
afloja el nudo de la corbata y se sube ligeramente las mangas de la camisa. Luego
se acomoda frente a su anfitrión en la mesa camilla que se halla en el centro
de una salita pequeña que utiliza la familia para recibir a las visitas.
- ¿Le apetece una copita con el café, señor
presidente?
La
hermana de don Eduardo ha acudido presurosa con una bandeja en la que hay tazas,
cucharillas, una fuente con pastas variadas, una cafetera, una jarra de leche,
un azucarero, dos copas y una botella de pacharán La Navarra. Ella lo coloca
todo sobre la mesa, sirve los cafés y sale de puntillas, dejando a los dos
hombres a solas. Todos suponen que don Eduardo y Pedro Sanz tienen grandes confidencias
que hacerse, importantes secretos que comunicarse.
- Pues dice
que este año se han sacrificado en Baños más de tres mil gorrinos -dispara su
primera andanada el cardenal.
- Muchos
gorrinos son esos, monseñor.
- Sí,
pero es que aquí, según me dicen, parece que las cosas no van tan mal como en
otras partes.
Los
arranques son siempre así, blanditos y agropecuarios. Acostumbrado a la escrupulosa
lentitud de la refinada diplomacia vaticana, Martínez Somalo suele dedicar los
primeros minutos a marcar territorio y definir las reglas de la partida
dialéctica que va a jugarse a continuación.
- ¿Y cómo se presenta la vendimia este año, señor presidente?
Pedro Sanz conoce los
largos preámbulos que se gasta su interlocutor, de modo que guarda las formas y
responde sin impacientarse.
- Excelente, excelente. Según me dicen los expertos va a
ser la mejor de las últimas décadas.
- Ya sabe usted que yo elevo
siempre mis plegarias a nuestra excelsa Patrona, la Virgen de Valvanera, para
pedirle que cuide de los riojanos y haga que los nuestros obtengan cada año buenas
y abundante cosechas.
- Y se nota que tiene usted buena
mano con los de arriba -bromea inofensivamente el presidente Sanz, mientras le
da vueltas a su café con leche-: ¡Vaya que si se nota!
Sempronio Graco
Continuará