Así que os cuelgo unas
fotografías de los tres actos que ha habido hoy, y ya os hablaré de ellos. Y dentro
de unas horas, todos y todas a dar las Vueltas.
Ayer, en el desentierro de la Venancia, miembros de la Peña Malpica tuvieron que dirigir el tráfico durante el trayecto a la hoguera y viceversa, porque no había Policías Locales que lo hicieran.
Las fiestas de San Juan siempre fueron las fiestas ecológicas por excelencia. Aunque ahora pueda parecerles a ustedes increíble, en la época de nuestros padres, estas fiestas, vividas en plena Naturaleza, hacían que a todos ellos les hirviese la sangre. Y no podía ser de otro manera: Los árboles frutales les ofrecían sus más excelsos frutos; las mujeres se desprendían de toneladas de ropa; tomaban chocolate con anís muy de mañana, y danzaban y bailaban rozando pieles blancas e impolutas. Comenzaban el ritual yendo muy de mañanita al cascajo, a tomar chocolate con anís, hasta que el señor Quico, con sus tres inconfundibles golpes de bombo, pom, pom, pom, les anunciaba el comienzo de las ansiadas vueltas. Una vez en el quiosco del Paseo, entrelazaban sus brazos, y al son de la morena y la rubia, entremezclaban el sudor emanado de sus pieles níveas e inmaculadas, saltando, brincando y bailando, a la par que cantaban incansablemente las coplillas del riquísimo folclore sanjuanero. Después de varias horas de danza, una vez terminadas las vueltas, se iban a los Cines Club y Doga a bailar agarrado, para resarcirse así de tantos meses de vigilia. Cuando terminaban los bailables, se iban a todo correr a comer, para reunirse cuanto antes en el Paseo, y, portando grandes cestos tapados con manteles de cuadros que contenían la merienda, dirigirse a alguna de las muchísimas choperas y huertas que entonces había. Después de haber estado retozando con sus parejas, a la fresca de peros, manzanos, cerezos, chopos y mimbreras, daban buena cuenta de la merienda. Cuando ya no podían más, y no eran capaces de orientarse ni siquiera a tientas, dejaban bien colocaditas las sobras (se habían asegurado de que sobrara merienda para repetir los escarceos amorosos al día siguiente), y se dirigían, bien templados por los lingotazos de clarete que se habían metido entre pecho y espalda, al Casino, para seguir allí la juerga, cantando, bailando, y haciendo lo que podían. Como pueden ustedes deducir, no es extraño que muchos de ellos imitaran la tradición de los celtas: Dejar preñadas a las mujeres, para que se quedara preñada la tierra, y les ofreciera así abundantes frutos en cosechas venideras. De ahí que en Nájera se dijera, “que quien en San Juan sanjuanea, en marzo marcea.”
4 comentarios:
Estamos metidos de lleno en las fiestas de la fruta y del amor. ¡Vividlas!
Ayer, en el desentierro de la Venancia, miembros de la Peña Malpica tuvieron que dirigir el tráfico durante el trayecto a la hoguera y viceversa, porque no había Policías Locales que lo hicieran.
Fiestas ecológicas.
Las fiestas de San Juan siempre fueron las fiestas ecológicas por excelencia. Aunque ahora pueda parecerles a ustedes increíble, en la época de nuestros padres, estas fiestas, vividas en plena Naturaleza, hacían que a todos ellos les hirviese la sangre. Y no podía ser de otro manera: Los árboles frutales les ofrecían sus más excelsos frutos; las mujeres se desprendían de toneladas de ropa; tomaban chocolate con anís muy de mañana, y danzaban y bailaban rozando pieles blancas e impolutas. Comenzaban el ritual yendo muy de mañanita al cascajo, a tomar chocolate con anís, hasta que el señor Quico, con sus tres inconfundibles golpes de bombo, pom, pom, pom, les anunciaba el comienzo de las ansiadas vueltas. Una vez en el quiosco del Paseo, entrelazaban sus brazos, y al son de la morena y la rubia, entremezclaban el sudor emanado de sus pieles níveas e inmaculadas, saltando, brincando y bailando, a la par que cantaban incansablemente las coplillas del riquísimo folclore sanjuanero. Después de varias horas de danza, una vez terminadas las vueltas, se iban a los Cines Club y Doga a bailar agarrado, para resarcirse así de tantos meses de vigilia. Cuando terminaban los bailables, se iban a todo correr a comer, para reunirse cuanto antes en el Paseo, y, portando grandes cestos tapados con manteles de cuadros que contenían la merienda, dirigirse a alguna de las muchísimas choperas y huertas que entonces había. Después de haber estado retozando con sus parejas, a la fresca de peros, manzanos, cerezos, chopos y mimbreras, daban buena cuenta de la merienda. Cuando ya no podían más, y no eran capaces de orientarse ni siquiera a tientas, dejaban bien colocaditas las sobras (se habían asegurado de que sobrara merienda para repetir los escarceos amorosos al día siguiente), y se dirigían, bien templados por los lingotazos de clarete que se habían metido entre pecho y espalda, al Casino, para seguir allí la juerga, cantando, bailando, y haciendo lo que podían. Como pueden ustedes deducir, no es extraño que muchos de ellos imitaran la tradición de los celtas: Dejar preñadas a las mujeres, para que se quedara preñada la tierra, y les ofreciera así abundantes frutos en cosechas venideras. De ahí que en Nájera se dijera, “que quien en San Juan sanjuanea, en marzo marcea.”
Las fiestas de san Juan son salvajes, como la vida misma;
Y rojas, como las rojas cerezas, las rojas fresas y el rojo vino.
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