viernes, 2 de octubre de 2015

Las Ferias. (1)


    Si algo hubo en nuestra maravillosa infancia que nos llamara la atención de verdad, hasta el punto de sobrecogernos por el impacto que causaba en nosotros, eso fue sin duda alguna la celebración de las Ferias de San Miguel, que tenían lugar del 29 de Septiembre al 3  de Octubre, y congregaban en nuestra ciudad a millares de visitantes de todo el país. Era tal la afluencia de ganaderos, labradores, granjeros, tratantes, tomboleros, barquilleros, charlatanes, jugadores y todo tipo de negociantes, que nuestras madres no nos dejaban salir solos de casa -normalmente, estábamos todo el día en la calle- por temor a que nos perdiéramos entre tanta muchedumbre, o nos raptase algún feriante. Algunos tratantes llegaban a nuestra ciudad unos días antes para buscar cobertizos donde guarecer a sus mulas, caballos, asnos, vacas, cabras, ovejas, cerdos, yeguas, novillos y otros animales, y elegir, de paso, dónde podrían venderlos mejor. Los guarnicioneros llevaban muchos días ya haciendo collarones, albardas, cinchas, alforjas, lomillos, ramales y toda clase de útiles para la ganadería, así como acopio de escobas de brezo, bolas de sal, bozales, varas, cachavitas de madera y las famosas y temibles trallas de los tratantes. Los comerciantes, por su parte, se afanaban en desempolvar cientos de juguetes guardados en las trastiendas de años anteriores, y en desembalar los nuevos para exponerlos en sus tiendas lo más llamativos posible -los feriantes venían cargados de dinero y había que aliviarles el bolsillo.- Y así, tenderos, carniceros y hosteleros se cargaban de provisiones para cuando llegara el acontecimiento. Todo esto ocurría porque en aquellos tiempos apenas había medios de locomoción y los inviernos solían ser muy rigurosos, lo que hacía que muchísima gente de los pueblos limítrofes -sobre todo los serranos- aprovechara la visita para comprar lo necesario para el resto del año -sin olvidarse de los “Reyes Magos”-, por no venir a nuestra ciudad nada más que en Ferias, hecho que dio en llamarse “feriarse algo”. Y, claro, aunque nosotros sí íbamos a tener “reyes” en su tiempo, también queríamos que nos feriasen algo. ¡Faltaría más! El marco en el que se desarrollaba la Feria era de lo más bucólico que imaginarse pueda: Paseo, choperas, alamedas y el mismísimo lecho del río, como muestra la fotografía. La carretera actual del Paseo, que entonces era de tierra, se llenaba por completo de caballos, yeguas, asnos y mulas, desde el Bar Franco hasta la Fuente de La Estacada, atados a los alambres que atravesaban los maderos clavados en el suelo para hacer de puntales, que los tratantes vendían a los agricultores después de haber realizado de la consabida prueba de fuerza: arrastrar largas distancias un carro de llantas con el freno echado, y de haber examinado minuciosamente la dentadura del animal, que como no era regalado, sí que había que mirarle el diente. Los asnos se libraban de la prueba de fuerza pero eran examinados con muchísimo más rigor, cosa que no les servía de nada a los incautos compradores, porque los gitanos -verdaderos genios en el arte de vender “burros falsos”-, durante el trato conseguían que hicieran maravillas, pero luego, en casa del labrador, no había forma de moverlos.

Que nadie haga planes para el sábado...

porque quedamos en la hermosa ribera del Najerilla, antes, durante y después de la Feria, para que nuestros hijos disfruten de los hinchables, patrocinados por Gominolo, Manolo y Fran, y nosotros de las dos terneras que nos va a asar Manolo, y nos van a servir directivos, socios y jugadores del Náxara. ¿Hay quien de más?