martes, 11 de diciembre de 2018

Recuerdos de infancia.

Desafíos futbolísticos.
Los desafíos futbolísticos que celebrábamos de jovencitos eran de lo más variopinto que imaginarse pueda. No había ni un solo jugador de los veintidós que saltábamos al terreno de juego que llevara la indumentaria completa. Al que no le faltaba la camiseta, le faltaba el pantalón; al que no le faltaba ni lo uno ni lo otro, le faltaban las medias; el que tenía estas tres prendas, carecía de las botas… ¡Un desastre! Pero no era esto lo más grave: en un mismo equipo había camisetas del Zaragoza, del Atlético de Madrid, del Español, del Real Madrid, del Athlétic de Bilbao -éstas, no sé por qué, eran las que más abundaban-, y para colmo de males, unos calzábamos zapatos, otros zapatillas, algunos botas de tela, y, los menos, botas de fútbol. Y el caso es que no parábamos de pedirles a los Reyes Magos, año tras año, que nos trajeran la equipación completa, pero, o no sabían leer o eran muy puñeteros, porque siempre nos traían ropa de vestir y material escolar. ¡Qué torpes! ¡Si eso ya nos lo iban a comprar nuestros padres! Mucho subir escaleras, andar por los tejados y entrar por las ventanas con los caballos… y luego no sabían traernos los regalos. Los desafíos se llevaban a cabo en el “Olivar de Wichita”, donde actualmente está el IES Rey Don García; en “La Salera”, cuando se jugaba al revés que ahora: del pueblo hacia la Calavera, y detrás de la pared lateral del frontón, donde estuvieron colocadas las pistas de tenis -este era el más utilizado-, y nos enfrentábamos equipos de diferentes colegios, asociaciones y barrios: Los Leones contra la OJE; los Maestros contra los Frailes; los de Wichita contra los de San Fernando…, y entonces, los balones ya eran de cuero. Unos conseguidos gracias a “Juanito Zahor”, el intrépido astronauta que recorría el espacio con una cuba de vino de Rioja; otros  gracias a “La Conquista del Oeste” -nos poníamos morados de chocolate Zahor y Hueso para conseguirlos-, y los demás, prestados por “buscatalentos”, que siempre los hubo. La rivalidad que existía en estos partidos era tal -me río yo de los partidos de “alto riesgo” de ahora-, que, en lugar de desafíos futbolísticos, deberíamos haberlos llamado “guerras tribales”. Montábamos unos ciscos impresionantes entre nosotros en todos los partidos, aunque, en alguna ocasión, cuando jugábamos contra la OJE, todas nuestras furias iban contra su Presidente, don Alfredo, el director del Colegio San Fernando, para vengarnos del martirio que nos hacía pasar cada día, obligándonos a cantar el “Cara al sol”, colocaditos en hilera de a dos, con los brazos estirados tocando el hombro del compañero, en el pasillo del colegio. Es menester aclarar, empero, para que nadie se lleve a engaño, que los desafíos futbolísticos causaban tantas bajas como las guerras que librábamos a pedrada limpia en el cascajo, los de los Maestros contra los de los Frailes, que como eran de orilla a orilla del río Najerilla y ninguno de nosotros lo atravesaba, no hacíamos ni un puñetero “pique”.