lunes, 9 de abril de 2012

Algo estamos haciendo mal.

Esto sí que traía Turismo. (Tarjeta Postal de mi caro Amigo Luis.)
El sábado, 7 de Abril, estuve en Haro, y había gente a tutiplé. Tanta, que a los que ya no nos gusta estar en los sitios como arenques (o sea, que no nos gustan las aglomeraciones), nos dan ganas de abandonarlo inmediatamente para poder respirar. Aquí, con tres Ferias casi recién inauguradas, reforzadas con recorridos de pinchos relacionados con el mueble, y con parte del comercio abierto al público, resulta que no ha habido ni una parte. Ya sé que Haro es lo que es por el vino. Pero también sé, o por lo menos eso vengo oyendo desde hace muchos años, que Nájera es lo que es por el mueble. O sea, que por ahí no van los tiros. Estas desigualdades no las pueden provocar por sí solos, ni el vino ni el mueble. Lo que me lleva de nuevo a la tan denunciada como desoída desidia existente en nuestra ciudad con su otrora glorioso y venerable casco antiguo. Los najerinos llevamos muchos años mirándonos el ombligo (y no digo nada ahora, con el nuevo “complejo deportivo”), mientras asistimos impertérritos a su total abandono. Y los hechos nos demuestran que nuestra ciudad necesita hoy más que nunca un revulsivo. Algo que la haga atractiva al Turismo. Y la materia prima la tenemos: Poseemos un límpido y cantarín río que atraviesa la ciudad por medio; un, a pesar de todo, majestuoso Paseo; Parajes Naturales; caminos medievales; Monumentos Nacionales; Palacios,  montes, choperas, huertas, alamedas, industrias, comercios, albergues, restaurantes, bares… y un casco hundido que, de haber estado a la altura de las circunstancias en los tiempos de bonanza económica, podría ser uno de los más envidiados Cascos Históricos. Por consiguiente, es evidente que de lo que carecemos es de unos  buenos gestores. Gobernantes que se hubiesen preocupado de acogerse a un “Plan de Rehabilitación Integral de Cascos Antiguos”, para humanizarlo y llenarlo de parejas de jóvenes que, a su vez, lo hubiesen llenado de niños jugando con alborozo en sus calles, y de talleres artesanales en todos y cada uno de sus portales. Ahora mismo, los más de mil seiscientos millones de las antiguas pesetas que se han gastado nuestros nefastos ¡y carísimos! gestores en eso de lo que tanto presumen, podrían haber tenido una utilidad mucho más acorde con estas nuevas necesidades. No obstante, ¡allá ellos, aunque las consecuencias las paguemos todos!