jueves, 21 de julio de 2011

El cine en nuestras vidas. (Y 2)

Fachada original del Cinema Club.
   “En el Club, el peor parado de los tres, era donde además de dar guerra y volver locos a los distintos porteros, tirando al suelo las bancas de madera que ponían casi junto a la pantalla, probábamos todos los artículos de broma (las hostias que nos han dado por ello), haciendo, como ya ha quedado dicho, que en más de una ocasión lo vaciaran. Allí eran el señor Manuel, en la parte de abajo, y el entrañable “Colirio” (José Luis Loma), arriba, los que, Dios sabe cómo, nos aguantaban y sufrían.
   En el Villegas, sobre todo los jueves que ponían dos películas (íbamos siempre sin mirar la cartelera), la guerra era siempre a base de felices ocurrencias. Si la película era de amor y salía alguna escena de cama y a continuación la actriz principal lloraba, el gracioso de turno cantaba: “Ay madre que me lo han roto…”, y todos nos desternillábamos de risa, mientras el pobre Antonio, “número uno”, buscaba al culpable de fila en fila. Si la película era de bicis, allí estábamos metiendo ruido con los timbres un ejército de ciclistas. Si la película no era de lo uno ni de lo otro, cuando más silenciosa estaba la sala, una voz susurraba: “Dios te salve, María, llena eres de gracia…”, y un estentóreo coro de voces contestaba: “Santa María, madre de Dios…”, y nos liábamos a rezar como podíamos el rosario hasta que los sufridos porteros nos lo impedían.
   En dos ocasiones, las dos accidentalmente, se vació este cine con serio peligro de haber ocurrido una auténtica tragedia. En la primera de ellas, estaban proyectando una del oeste y, justo en el típico duelo, cuando el chico bueno desenfundó su revólver y sonaron los disparos, cayó algo del techo (todo el mundo rumoreó que se trataba de una rata) y fue a parar a las piernas de una chica que, nada más percatarse del asunto, pegó un chillo terrorífico, lo que unido al destello de fuego que produce en los focos cuando algún objeto pasa por ellos, provocó que alguien gritara: ¡¡¡Fuego!!!, y en cuestión de minutos estábamos fuera toda la chiquillería. Yo recuerdo que me encontraba sentado en la octava o novena fila, junto a la pared, al calorcito del radiador y, sin saber cómo (nunca me lo he explicado), salí a la calle el primero. La señora Victoria, que se pegó un susto de muerte, la pobre, estaba totalmente lívida.
   En la segunda proyectaban “El capitán intrépido” (nunca lo olvidaré) y, cuando más tranquilos estábamos todos, reventaron los radiadores del palco de arriba, pasando todos los hilos de agua que se formaron por los focos, causando la misma sensación que en la otra ocasión, pero elevado al cubo, ya que el agua que mojaba a los espectadores de abajo, estaba hirviendo cuando caía.
   Por lo demás, queridos Cantores, sin que salga de aquí, he de confesaros para terminar, que varias cuadrillas, entre ellas la mía, tuvimos la entrada prohibida, durante más de un año seguido, en los tres cines de nuestra ciudad.”
DE MI LIBRO “RECUERDOS DE INFANCIA”.