miércoles, 20 de mayo de 2020

Recuerdos de infancia.


De cuando los niños éramos los verdaderos protagonistas de las fiestas de San Juan.
Mucho antes de que el señor Quico diera los tres golpes de bombo, “pom, pom, pom”…, nosotros ya estábamos alborotados esperando el comienzo de nuestras soñadas “Vueltas”. La mayoría habíamos estado almorzando en el cascajo con nuestros padres -antes tenían esa buena costumbre-, y el ansia de bailar al son de la “morena y la rubia, hijas del pueblo de Madrid”, alrededor del viejo quiosco, hacía que se nos antojara larguísima la espera. Cuando ya estábamos hechos cisco de tanto correr y empujarnos unos a otros, comenzaban las Vueltas y, con ellas, nuestra particular hazaña: conseguir darlas enteras y llegar después sanos y salvos hasta la Plaza de España. Era en el peregrinar hacia dicha plaza donde nosotros adquiríamos todo el protagonismo. Nos agarrábamos todos de las manos y formábamos grandes corros que se estiraban y encogían al compás de nuestras coplillas, ajenos a la gente y a los músicos. No oíamos la música -ni puñetera falta que nos hacía-, pero no nos importaba porque nuestra ilusión no era retrasar la llegada a la plaza, sino adelantarla, y les sacábamos grandes distancias a los sufridos músicos, que se las tenían que ver con los mayores, mientras cantábamos sin cesar el “Caracolero de Tricio”, “Has de bailar, que te tengo dar perucos”, “En el corral de Tivo ha caído un aeroplano”, “Ha venido un carro lleno de tijeras”, “Nos han obligado a cambiar de herrero”, “Ay, Viriato”, “El aldeano tiró la piedra”, “Beber, beber, beber es un gran placer”, “Ay, Manolé”, “Si no tienes un duro no te hace caso nadie”, “El 24 de Junio”, “Ojalá te emborracharas, Manuel”, “Ya llegó el verano, ya llegó la fruta”, “Severín Severín”, “Si te pega tu marido”, “Qué chispa tienes, Calatayud”…, y un larguísimo rosario de canciones que conformaban el riquísimo y olvidado folclore sanjuanero. Cuando los mayores  no habían llegado aún al Puente de Piedra, nosotros ya estábamos sentados en el suelo de la Plaza de España, esperando ufanos la llegada de los torpes, de los retrasados. ¡Habíamos conseguido llegar, y además les habíamos ganado! Cuando asomaban por el antiguo Bar Hispano, aplaudíamos -los niños de entonces éramos solidarios y animábamos a los perdedores- y nos poníamos rápidamente de pie para volver a dar las “Vueltas” y marchar a todo meter a casa a comer, para preparar los botes de fruta en conserva y las botellas de limonada, naranjada y cola que nos servían de merienda en la Fuente de la Estacada. Después de habernos puesto ciegos de melocotón y piña en almíbar y de que los refrescos nos salieran por las orejas, nos dirigíamos a la Plaza de España a seguir la juerga, mientras los mayores comenzaban a ubicarse en las frondosas choperas para dar buena cuenta de las copiosas meriendas que transportaban en grandes cestos cubiertos con mantelitos de cuadros, que hacían que se nos fueran los ojos detrás de ellos, con una increíble envidia. Esta vez nos tocaba cantar la de “Hemos perdido, pero nos hemos divertido”. Y, como si tal cosa,  proseguíamos nuestra sanísima y personal juerga hasta que nuestros padres nos iban a buscar para llevarnos a casa a descansar. Aunque las fiestas de San Juan siempre serán especiales y nunca faltarán hermosas anécdotas que contar y añorar, quizá no estaría de más el que lleváramos a nuestros hijos a almorzar y los soltáramos después en el Paseo en busca del tristemente desaparecido folclore popular. ¡La fiesta seguro que nos lo agradecería!