domingo, 31 de octubre de 2010

Y a la séptima descansó.

Los miembros de Cáritas Nájera, para vergüenza y oprobio de los badulaques que nos gobiernan, han ayudado (durante unas seis semanas) en todas sus necesidades a las decenas de temporeros de raza negra, procedentes de Ghana, Malí, y Senegal, principalmente, dándoles alimentos para que ellos mismos se hicieran la comida; dinero para cubrir algunas imperiosas necesidades; ropas de abrigo para que se protegieran del frío, y por las noches, con la inestimable ayuda de ciudadanos anónimos, que voluntariamente se sumaron a tan loable empresa, cena, en los aledaños del frontón municipal, para que aguantaran un poco mejor las frías noches de otoño, durmiendo, por designio municipal, en cajeros automáticos, soportales, entradas a edificios y a la intemperie.
En la tarea del reparto de la cena, que previamente preparaban en casa de Antonio, llegaron a colaborar hasta veinticuatro najerinos, incluido algún niño, entre los que se encontraban Javi, Rosa, Domingo, Sofía, Mari carmen, Bautista, Conchi, María Jesús, Timoteo, José Félix, Tamara, Inma, Antonio… Y se les llegó a dar de cenar, hasta a ciento veinte temporeros.
Entre tanto, nuestros gobernantes, haciendo gala de su humanidad y altruismo, les negaron sistemáticamente el ¿Pabellón Multiusos?, el viejo Centro de Salud y el Frontón Municipal, para que pudieran dormir al resguardo, y tuvieran así un descanso digno.
La excusa a la que este año se han agarrado, ha sido la de: “Es que igual riñen y nos buscan algún lío.” La de otros años: “Que iba a tener efecto llamada.” Y la del año que viene: “¡Que se jodan, que no dan votos!”
Desde estas humildes líneas, doy mis más sinceras y afectuosas felicitaciones, a todos los que han hecho posible que estos pobres hombres, hayan recibido algo de calor humano, y generosas aportaciones.

Naturaleza muerta.

   Con desaprensivos como el que esperó a que las golondrinas tuvieran crías para tirarles el nido, seguro que “no volverán las obscuras golondrinas/ en nuestros aleros/ sus nidos a colgar/ porque en Nájera las matamos/ mucho antes de que echaran a volar. /
   Cuando presencié este condenable acto, aparte de la tristeza que provocó en mí, me acordé de cuando era niño y hacíamos escapa (no ir a la escuela) en invierno, unos cuantos de nosotros: paraguayín, picarra, cañitas… y nos íbamos a jugar a las cartas de las familias esquimal, tirolés, bantú… debajo del puente que había justo en el centro de lo que hoy es la calle que va de la pasarela al colegio de la Piedad (que no era otro que el de la cárcava), al calor de una improvisada fogata, poniéndonos morados de fumar celtas cortos, peninsulares y antillana, mientras cientos de golondrinas, posadas en los cables que cruzaban el fiero Najerilla, nos observaban ensimismadas, a ver quién de nosotros ganaba.
   Y hablando (tecleando, quiero decir) de las golondrinas y del puente de la cárcava, me han venido a la memoria también, las palizas que nos pegábamos al anochecer, tirándoles al aire un pañuelo blanco, con una piedra envuelta en él, a los murciélagos, con el propósito de atraparlos, en el “trinquete de la Juana.” Cuando alguien cogía uno, le ponía un cigarro en la boca y se lo fumaba.