viernes, 17 de febrero de 2012

Adiós al Hotel San Fernando.

   Éramos pocos y parió la abuela. En la tarde de ayer se confirmó el rumor de que se cerraba el Hotel San Fernando. De todos era sabido que este negocio llevaba ya bastante tiempo tocado, pero ninguno de nosotros queríamos creer que terminaría cerrando. Lo curioso es que nuestra ínclita alcaldesa salga diciendo que las instituciones lamentan mucho el hecho, ya que en dieciséis años no han hecho absolutamente nada por hacer atractiva nuestra ciudad para el turismo. Con un casco antiguo abandonado y hundido; la mayoría de las industrias cerradas y las pocas que quedan a punto de hacerlo; el comercio y los pequeños negocios heridos de muerte, y las Maravillas Naturales en vía de extinción por su concepto del progreso, ¿cómo quieren que resista ningún negocio abierto? Dentro de la tristeza tan grande que produce un hecho como este, he de decir, que el cierre de este emblemático establecimiento no hace sino corroborar lo que ya os adelanté en su día: “que nuestros "eficaces" gobernantes tienen que colgar ya las pancartas de cerrado por defunción en las entradas de Nájera”. ¡Lamentable! Vayan desde estas humildes líneas, mi solidaridad y mi cariño con la familia Bartolomé, y con los dieciocho despedidos.
TODO UN SÍMBOLO.
   El hotel San Fernando fue todo un símbolo para los de mi generación, ya que lo construyeron cuando estábamos en la escuela “de los maestros”, y nos pasábamos los recreos observando embelesados cómo avanzaban las obras del mismo. Éstas, si la memoria no me falla, comenzaron teniendo yo unos once o doce años. O sea, en el sesenta y seis, sesenta y siete, después de venir a nuestra ciudad el entonces Ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, recientemente fallecido, que en aquellos años del “boom” turístico estaba empeñado, por mandato de Franco, en llenarnos el país de Paradores Nacionales, a enterrar en la chopera en la que iba a ser construido, una caja de caudales, bajo la atenta mirada del entonces alcalde Joaquín Gracia, y terminaron en el sesenta y nueve. Año en el que fue inaugurado, y nosotros abandonamos la escuela para convertirnos en albañiles y carpinteros. Unos años después, todos nosotros acudíamos en tropel a la Discoteca ubicada en sus bajos, bautizada con el mismo nombre: San Fernando, a intentar ligarnos a alguna de las muchas beldades que allí acudían, para irnos con ella a hacer manitas al Paseo o a las choperas. Quede, pues, este edificio, en un lugar privilegiado de nuestros recuerdos.