domingo, 31 de mayo de 2020

Recuerdos de infancia.

¡A quién se le ocurre!
Aunque ahora mismo no se acuerde de ello ni San Pedro, hubo un tiempo en el que los sanjuanes fueron muy conflictivos porque, además de existir en las “Vueltas” lo que la gente mayor calificaba de gamberros, carecíamos de la circunvalación que actualmente tenemos, y el tráfico rodado tenía que permanecer parado en el Arrabal de la Estrella y en la calle San Fernando, hasta que cruzara el Puente de Piedra bailando el último sanjuanero. En aras de solucionar estos insufribles problemas, el Alcalde de turno tuvo la feliz idea de enviar a las Vueltas a los municipales -antes conocidos como serenos-, para que, al intimidar con su presencia a los gamberros, se dieran bien las Vueltas en el Paseo, y agilizaran, empujándoles hasta quedar sin resuello, el paso del Puente de Piedra de los bulliciosos y exaltados sanjuaneros. Hasta aquí, todo parece, además de acertado, correcto. Pero vino a resultar -nadie cayó en ello- que entre los serenos se hallaba el más entusiasta sanjuanero, por lo que, a la primera de cambio, Benedicto Hervías “Morgón”, harto ya de dar brinquitos escondido tras un platanero, se metió en todo el mogollón a dar las vueltas alrededor del viejo quiosco, con el flamante uniforme de guardia recién puesto. Y no se conformó el insurrecto con dar un par de vueltas para matar el gusanillo, no; las dio todas enteritas y, no conforme con ello, sin dejar de bailar con el uniforme nuevo, bajó el Paseo, cruzó el Puente de Piedra, atravesó la Calle Mayor, dio las vueltas en la Plaza de España, y fue a las cinco de la tarde, en lugar de a las dos, al puesto de guardia a hacer el relevo. Enterada la máxima autoridad de semejante suceso, hizo llamar al indisciplinado sereno y, tras adelantarle que por lo que había hecho se le iba a caer el pelo, le preguntó en qué pensaba cuando se mezcló entre la muchedumbre estando de servicio con el flamante uniforme de guardia municipal puesto. A lo que Benedicto Hervías “Morgón”, con mucha educación y respeto, contestó que a quién se le ocurre mandarle a él, sanjuanero mayor del reino, de servicio y con uniforme nuevo, a que vigile cómo dan los demás las vueltas en el Paseo. Que no se arrepentía de lo hecho y que, sin ningún género de dudas, aunque con ello se jugara el puesto, cuantas veces lo mandaran, volvería a hacerlo. Como quiera que, además de ver a “Morgón” en su contestación tan firme y resuelto, los serenos lejos de intimidar exaltaban mucho más a los sanjuaneros, el Alcalde tomó la sabia decisión de ponerle servicio a Benedicto todos los sanjuanes, pero sin el uniforme, como sanjuanero, para que, además de hacer lo que de todas las maneras iba a hacer, dar las vueltas, condujera a los sanjuaneros durante el peregrinaje hacia la Plaza de España, con su infinito y contagioso amor a estas benditas fiestas, a paso ligero. Y a partir de aquel año, y hasta que se hizo la circunvalación, gracias al entusiasmo de este gran sanjuanero, los najerinos la gozamos como enanos en San Juan, sin dar motivos de cabreo, ni a alcaldes, ni a serenos, ni a viajantes, ni a camioneros.