lunes, 2 de marzo de 2015

ESCENAS POLÍTICAS IMAGINARIAS (O QUIZÁ NO TANTO) (6A)


Cada verano, cuando declina el mes de agosto, se deja caer por La Rioja su eminencia el cardenal don Eduardo Martínez Somalo. Viene directamente desde Roma a pasar unos días de asueto con los suyos y ver cómo andan las cosas por su tierra. Pese a que España es actualmente un país aconfesional en el que ha quedado fijada la separación entre la Iglesia y el Estado, Pedro Sanz lo deja todo y se apresura a viajar hasta Baños de Río Tobía para rendir pleitesía y doblar el espinazo ante tan egregio visitante. Podría hacerlo a cencerros tapados en calidad de creyente particular, pero eso equivaldría a perder una ocasión de oro para darse publicidad mostrándose ante todos como la persona humilde, ferviente y piadosa que no es ni por asomo. Así que nuestro hombre se presenta en Baños luciendo toda la parafernalia y los avíos presidenciales, coche oficial y guardaespaldas incluidos, para que los periodistas lo filmen y fotografíen haciéndose carantoñas con monseñor, quien por su parte tampoco deja de actuar en ningún momento como el alto funcionario eclesiástico que es. Martínez Somalo debe pensar que si se quita la sotana y se desprende de la faja morada, la cruz de oro que le pende del cuello y el solideo cardenalicio, para aparecer vestido de paisano, con una camisa y un pantalón veraniegos, perdería ese halo de fuerza y misterio que siempre debe acompañar a un alto poder de la Iglesia Católica.
            El cardenal le hace los honores al presidente en la puerta de su vivienda ante las cámaras de la televisión regional, los fotógrafos y los periodistas de guardia, entre los que trata de significarse sin disimulo, poniéndose de puntillas y adelantando ligeramente el mentón, Casimiro Somalo, que para eso es también de Baños y sabe pelotear como nadie a su eminencia reverendísima. El presidente Sanz le hace entrega a su anfitrión de un paquetito que le ha pasado discretamente su chico de los recados, Arturo Steven, a quien se le está poniendo una cara abotargada de tocinero de Chicago. El paquete, que el cardenal abrirá más tarde, contiene dos novelitas de Andrés Pascual dedicadas por su autor.
Martínez Somalo invita a entrar a Pedro Sanz con él a su vivienda. Antes de eso, los dos hombres saludan juntos y sonríen a los chicos de la prensa y a los curiosos que se han ido acercando. Ya dentro de la casa, Pedro Sanz se quita la chaqueta, se afloja el nudo de la corbata y se sube ligeramente las mangas de la camisa. Luego se acomoda frente a su anfitrión en la mesa camilla que se halla en el centro de una salita pequeña que utiliza la familia para recibir a las visitas.
            - ¿Le apetece una copita con el café, señor presidente?       
La hermana de don Eduardo ha acudido presurosa con una bandeja en la que hay tazas, cucharillas, una fuente con pastas variadas, una cafetera, una jarra de leche, un azucarero, dos copas y una botella de pacharán La Navarra. Ella lo coloca todo sobre la mesa, sirve los cafés y sale de puntillas, dejando a los dos hombres a solas. Todos suponen que don Eduardo y Pedro Sanz tienen grandes confidencias que hacerse, importantes secretos que comunicarse.  
- Pues dice que este año se han sacrificado en Baños más de tres mil gorrinos -dispara su primera andanada el cardenal.
- Muchos gorrinos son esos, monseñor.  
- Sí, pero es que aquí, según me dicen, parece que las cosas no van tan mal como en otras partes.
Los arranques son siempre así, blanditos y agropecuarios. Acostumbrado a la escrupulosa lentitud de la refinada diplomacia vaticana, Martínez Somalo suele dedicar los primeros minutos a marcar territorio y definir las reglas de la partida dialéctica que va a jugarse a continuación.
-  ¿Y cómo se presenta  la vendimia este año, señor presidente?
            Pedro Sanz conoce los largos preámbulos que se gasta su interlocutor, de modo que guarda las formas y responde sin impacientarse.
            - Excelente, excelente. Según me dicen los expertos va a ser la mejor de las últimas décadas.
            - Ya sabe usted que yo elevo siempre mis plegarias a nuestra excelsa Patrona, la Virgen de Valvanera, para pedirle que cuide de los riojanos y haga que los nuestros obtengan cada año buenas  y abundante cosechas.
             - Y se nota que tiene usted buena mano con los de arriba -bromea inofensivamente el presidente Sanz, mientras le da vueltas a su café con leche-: ¡Vaya que si se nota!

            Sempronio Graco                                                                          Continuará