martes, 21 de junio de 2022

Unos Sanjuanes muy impredecibles.

Estamos a punto de celebrar las fiestas de San Juan y San Pedro más impredecibles de nuestras vidas. Y es normal que así sea. Después de 2 años, 6 meses y 20 días sin tocarnos, sin abrazarnos, sin besarnos, sin juntarnos, sin desmadrarnos… y de haber vivido un confinamiento que, de un modo u otro nos ha dejado a todos un poco tocados, se me antoja difícil predecir qué puede ocurrir este año. Esta ignota situación puede provocar dos cosas: que saquemos lo mejor que hay en nosotros, y vivamos unos Sanjuanes divinos, sublimes y hermosos, o, por el contrario, que la represión, privación, abstinencia, contención o como quiera que se describa esta terrible experiencia que hemos padecido, nos haga sacar lo peor, y convirtamos estas hermosas fiestas en un infame campo de batalla, donde jóvenes y mayores se den de hostias por todas las esquinas. Yo apuesto firmemente por la primera. Es más, creo que van a ser las más parecidas a las que vivieron nuestros ancestros. No en vano son fiestas de danzar alrededor de una lumbre -ahora de un quiosco-, y, después de estar borrachos de alegría y agradecimiento al Sol -ahora de alegría y alcohol-, hacer el amor para que la vida se perpetúe -lo de engendrar, mejor que espere un poco-. Ése es el origen de estas salvajes y hermosas fiestas. Si a esto le añadimos que estamos en la época de la fruta, y que las/os jóvenes andan con las hormonas revolucionadas, la fiesta está servida. ¡Ojalá lo deis todo, cual si no hubiera un mañana, y hagáis honor al sobrenombre de paganas!