jueves, 17 de septiembre de 2020

Vuelta la burra al trigo

Ya no sé cómo expresar mi hartazgo ante la criminalización de los jóvenes. Es increíble la envidia malsana que hay por estos lares. Los jóvenes se están comportando de un modo ejemplar, acatando todas las restricciones que exige la pandemia de un modo admirable, a pesar de que todo en ellos les empuja a la insubordinación, a la desobediencia, a la rebeldía, al desacato, a la irreverencia, a la insumisión, y, por qué no, ¡al sexo! No os basta con prohibirles beber y divertirse en las riberas, en los bancos, en los chamizos… Os molesta hasta que se diviertan en las terrazas de los bares. Es más, creo que os molesta hasta que existan. Estáis haciendo buena la frase de que “para una persona mayor, que existan jóvenes es una ironía”. Y eso es pura envidia. Envidia por no estar ahora mismo en el lugar de ellos, o por no haber sido jóvenes nunca. A mí, sin embargo, me dan pena porque les están robando lo más preciado que tienen: ¡la juventud! Ya he dicho aquí alguna vez que nosotros no sé si hubiésemos acatado tan mansamente todo esto. Creo que no. Y aún así, parece como si los quisierais matar, criminalizándolos por algo que no solo no han hecho, sino que ya no lo podrán hacer jamás. Nadie habla, empero, de los mayores; de esas cuadrillas de cuarentañeros y cincuentañeros que, pasándose por el arco del triunfo todas las normas, se juntan a comer, merendar y cenar quince, veinte o treinta juntos en las bajeras. Solo la juventud os exaspera. ¡Hacéoslo mirar!