martes, 15 de febrero de 2011

Fiestas ecológicas.

                                            Cuadrilla de sanjuaneras.
   Las fiestas de San Juan fueron las fiestas ecológicas por  excelencia. Aunque  ahora pueda pareceros increíble, cantores míos, en la época de nuestros padres, estas fiestas, vividas en plena Naturaleza, hacían que a todos ellos les hirviera la sangre. Y no podía ser de otro modo: Los árboles frutales les ofrecían sus más excelsos frutos; las mujeres se desprendían de toneladas de ropa; tomaban chocolate con anís muy de mañana, y danzaban y bailaban rozando pieles blancas e impolutas. ¡Todo invitaba a la fiesta! Comenzaban el ritual yendo muy de mañanita al cascajo, a tomar chocolate con anís, hasta que el señor Quico, con sus tres inconfundibles golpes de bombo, pom, pom, pom, les anunciaba el comienzo de las ansiadas vueltas. Una vez en el quiosco del Paseo, se cogían de las manos, y, al son de la morena y la rubia, entremezclaban el sudor emanado de sus pieles inmaculadas, saltando, brincando y bailando, a la par que  incansablemente cantaban las coplillas del riquísimo folclore sanjuanero. Después de varias horas de danza, una vez terminadas las vueltas, se iban a los Cines Club y Doga a bailar agarrado, para resarcirse así de tantos meses de vigilia. Cuando terminaban los bailables, se iban a todo correr a comer, para reunirse cuanto antes en el Paseo, y, portando grandes cestos tapados con manteles de cuadros que  contenían la merienda, se dirigían a alguna de las muchísimas choperas y huertas que entonces había, y, después de haber estado retozando con sus parejas, a la fresca de peros, cerezos, chopos o mimbreras, daban buena cuenta de ella. Cuando ya no podían más, y no eran capaces de orientarse ni siquiera a tientas, dejaban bien colocaditas las sobras (se habían asegurado de que sobrara merienda para repetir los escarceos amorosos al siguiente día), y se dirigían, bien templados por los lingotazos de clarete que se habían metido entre pecho y espalda, al Casino, para seguir allí la juerga, cantando, bailando, y haciendo lo que podían. Como podéis deducir, no es extraño que muchos de ellos imitaran la tradición de los celtas, de dejar preñadas a las mujeres, para que  así se quedara preñada la tierra, y les ofreciera abundantes frutos, en las futuras cosechas. De ahí que todos dijeran aquello de: “ La que en  San juan sanjuanea, en marzo tiene nueva tarea.”