sábado, 11 de abril de 2020

Recuerdos de infancia.

Los cromos.
Jugar a los cromos con las chicas era una auténtica gozada, no ya por ganárselos o no,  sino por observar con qué pulcritud los metían y sacaban de las cajitas metálicas rojas de Laxen Busto -pastillas para cagar a gusto- en las que los llevaban. Siempre sentí una admiración increíble por ese gesto tan delicado y hermoso, aunque jamás lo confesara. Cuando jugábamos con ellas, casi siempre lo hacíamos del modo tradicional, el de ponerlos en el suelo boca abajo y volverlos con la mano en forma de cazo para ganártelos; aunque también lo hacíamos dejándolos caer desde una pared, a un metro de altura aproximadamente, hasta que alguno montara otro al caer al suelo. Cuando jugábamos solo chicos, que era la mayoría de las veces, lo hacíamos casi siempre al “puño levanta puño”, que consistía en ponerte una cantidad determinada de cromos en la palma de la mano, cubriéndolos con la otra, y al grito de “puño, levanta puño”, la levantabas dejándolos al descubierto para que quien jugaba contigo dijera cuántos había a juzgar por el bulto. Si decía veinte, por ejemplo,  y solo había cinco, tenía que pagarte quince cromos; si lo hacía al contrario, diciendo menos de los que había, tenía que pagarte igualmente la diferencia. Para esto nos las ingeniábamos de maravilla algunos de nosotros. Si los cromos eran nuevos -abultaban muy poquito- te los ponías aplastaditos y parecía que apenas tenías, por lo que todos decían una cantidad pequeña y tenían que pagar un montón de cromos por la diferencia. Si, por el contrario, los cromos eran viejos, te ponías un papel aplastado, debajo, y tres o cuatro cromos encima, y todos decían cantidades altísimas, por lo que, igualmente, tenían que pagarte la diferencia. Nosotros, a diferencia de las chicas, que como ya ha quedado dicho los llevaban pulcramente colocaditos en sus cajitas, llevábamos los cromos de cualquier forma: en los bolsillos del pantalón corto, en el de la camisa, en los del abrigo, y siempre con otros objetos: canicas, llaveros o piedras -cualquier cosa podía aparecer por allí-, por lo que huelga decir que los nuestros, aunque fueran recién comprados, estaban siempre hechos un asco, razón por la que las chicas evitaban jugar con nosotros siempre que podían, Y es que. Amigos míos, menester es reconocer que para ciertas cosas éramos muy poco delicados.