viernes, 8 de mayo de 2020

Recuerdos de infancia.

Los desencajonamientos.
Cuando las novilladas se celebraban en la vieja plaza de toros “El Ruedo”, existía una afición increíble por asistir todas las tardes a ver in situ los desencajonamientos de los novillos, y su posterior entrada en el corral , contemplando en toda su dimensión su trapío o flaqueza, para ir luego por ahí ensalzando o defenestrando a las ganaderías, según fuera la impresión causada por los mismos. Creo recordar que incluso se sacaba entrada para verlos, cosa que por otra parte me extraña sobremanera, porque yo asistía a todos ellos y andaba siempre de dinero de puñetera pena. La canción aquella de “Me están pasando unas cosas/ cosas que son del diablo/ tengo los bolsillo rotos y no se me caen los cuartos…”, podían perfectamente haberla compuesto para mí. Bromas aparte, lo cierto es que causaba verdadera impresión ver cómo, encontrándose todos los novillos juntos dentro del ruedo, se embestían y herían unos a otros con sus temibles y afilados cuernos, y hacerlo además tan de cerca. En una ocasión, trajeron los novillos por la mañana y no recuerdo muy bien porqué, en lugar de estar dentro de la plaza viendo el desencajonamiento, me encontraba afuera, en el camión que los había traído, en el espacio que quedaba entre éste y el corral -quizá fuera por eso, porque se toreaban ese mismo día por la tarde e iban directamente al corral, en lugar de a la plaza-, perfectamente parapetado detrás de uno de los tablones que habían colocado a ambos lados para tapar el hueco. Con anterioridad, habían puesto otro inclinado para que los novillos bajaran por él, recostado sobre unos fardos de paja colocados en el suelo. Al ir a entrar en el corral uno de ellos, no sé si fue porque se hundieron los fardos de paja o porqué, la cuestión es que, tras mandar a hacer puñetas los tablones con sus temibles cuernos, se escapó por el lado opuesto al que yo me encontraba, saliendo a toda leche hacia el Paseo. En décimas de segundo, como por arte de magia -nunca he sabido cómo pude hacerlo-, me encontraba encima de la cabina del camión, desde donde presencié un trágico suceso: un anciano muy querido en Nájera, el “Aragonés”, íntimo amigo de mi abuelo Morgón, que se encontraba allí mismo -de haber vivido mi abuelo les habría sucedido a los dos-, tras refugiarse en un chopo, con la lógica intención de asustarlo para que se fuera, amenazó con su bastón al novillo, y éste, en lugar de reaccionar como el buen anciano esperaba, lo embistió, lanzándolo por los aires de una cornada, dándole varias más antes de caer, rematándolo -si es que aún vivía- finalmente en el suelo, sin que ninguno de nosotros hiciera nada por impedírselo. Al final, después de unos interminables minutos que me parecieron siglos, llegó un novillero de los que iban a torear por la tarde, y consiguió quitárselo. Después de encontrarse el novillo dentro de la plaza, y de haberse pasado todo, estando aún conmocionado por lo que había presenciado, recuerdo que rompí a llorar desconsoladamente, pensando que mis hermanos, totalmente ajenos al suceso, estaban tranquilamente viendo cómo “Colorín” le pegaba estacazos a la bruja, y podían haber muerto de haber bajado el novillo por el Paseo. Recuerdo también, como si fuera ahora mismo -parece que lo estoy viendo- que Gregorio “el soriano”, a pesar de su edad,  trepó a lo más alto de un chopo cuando se escapó el novillo, en apenas unos segundos. ¡Es increíble lo que puede hacer el miedo! El hecho de que ese trágico día habría actuación en el Paseo, me hizo pensar en un principio, por aquello de las “cucañas”, que era el último día de fiestas -en realidad debió ser el primero-, lo que me recordó, que un 18 de septiembre de 1964, murió en nuestra plaza de toros el novillero Manuel Alpañé, tras recibir una cogida que, según supimos después, no le había producido herida de asta. Recuerdo que entre la chiquillería se decía que había muerto de miedo. En otros sectores se afirmaba que había sido de enfermedad. Y algunos entendidos en la materia sentenciaban que quien lo había corneado de muerte había sido la vida. Lo cierto es que aquel pobre hombre murió en nuestra ciudad aquella trágica tarde, y fue conducido a una de las dependencias de la Falange, donde fue velado por las gentes del mundo del toreo, ante las perplejas e inocentes miradas de una muchedumbre concentrada en la Plaza de España. Allí mismo supimos que iba a venir a nuestra ciudad, para llevárselo a su pueblo a darle cristiana sepultura -creo que era Camas-, el matador de toros Paco Camino, lo que creó muchísima más expectación que la creada por la inesperada y sorpresiva llegada de “El Cordobés” a Nájera, cuando en una ocasión, haciendo un alto en el camino, aparcó en la parada de taxis su 1.500 marrón y cenó en el Restaurante Las Pericas.