domingo, 14 de septiembre de 2014

Apoteósico e histórico.


   El Concierto que la orquesta la Orden de la Terraza de Nájera nos ofreció anoche en la Iglesia del Monasterio de Santa María La Real a más de medio millar de najerinos, fue apoteósico e histórico. Porque, además de tocar los actuales componentes, se unieron a ellos casi todos los que han formado parte de esta magnífica orquesta en un momento u otro. La presentación corrió a cargo de Alfredo Hermenegildo, y el Programa elegido para la celebración de este cuarenta aniversario, fue el siguiente: Intermezzo, de Enrique Granados; La Oración del Torero, de Joaquín Turina; El Amor Brujo, de Manuel de Falla; Tracerías, del Director Musical, Carlos Blanco Ruiz; La Trampa, de Héctor Molina, y Malambo, de José Manuel Expósito. Una vez terminado, hicieron un inciso para que se colocaran los ex componentes de la orquesta en el Altar de la Iglesia, y tocar todos juntos -casi setenta Músicos-, la maravillosa pieza del Maestro Yasuo Kuwahara, recientemente fallecido, La Canción del Otoño Japonés, que hizo que a todos se nos erizara el bello. -Yo la escuché con los ojos cerrados, y puedo aseguraros que, durante los casi veinte minutos que duró, me sentí en otro mundo.- Fue algo extraordinario; maravilloso; brillante; grandioso; apoteósico. Antes de ello, mi primo Ramón Hervías, Director Honorífico, tomó la palabra y fue sonora y largamente aplaudido. No hay que olvidar que la orquesta la Orden de la Terraza resurgió de la mano de mi primo Ramón y de Demetrio Guinea, e impulsaron los Conciertos por toda España, las giras por Europa, Siberia, Japón, Colombia y Canadá; la grabación de cinco CDs o el estreno de una importante colección de obras que han ido jalonando la historia de la orquesta. Pero como la felicidad completa es imposible en esta caprichosa, injusta y puñetera vida, abandoné el Templo con un sabor agridulce, porque en un Concierto tan importante como este, faltó el Fundador y actual Presidente de La Orden de la Terraza, mi buen Amigo Antonio Cerrajería Arza, al que le dedico un ¡ojalá! grandísimo, desde lo más profundo de mi alma.