lunes, 5 de julio de 2021

El croar de las ranas.

Después de un montón de años sin oírlo, estos días he escuchado con una satisfacción inenarrable el croar de las ranas, esos simpáticos anfibios, depredadores de una gran cantidad de invertebrados, como insectos y arácnidos, y alimento, a su vez, de mamíferos, aves, reptiles, peces… que formaron parte de mi infancia y juventud. De mi infancia, porque seguíamos con una atención inusitada su metamorfosis, jugando con ellas cuando eran cucharetas, intentando atraparlas para meterlas en nuestro calderito de playa, con nuestro rastrillo y nuestra pala. Intentando cogerlas, después, cuando tenían pequeñas ancas y cola, y viéndolas, finalmente, saltando y croando de berlaña en berlaña, cuando ya eran ranas. Y en mi juventud, porque fueron nuestra sublime música de fondo en nuestros escarceos amorosos en las choperas y en la ribera del río Najerilla, bajo la atenta mirada de la coqueta luna, reflejada en sus límpidas aguas. En aquellos años, además de haberlas a montones, eran tan grandes como las palmas de nuestras manos. Y, a juzgar por el callejero, tuvo que haber muchísimas más en los tiempos de nuestros padres y abuelos. De ahí que, la conocida por muchos de mis coetáneos como “la calleja del Barón”, se llame en realidad calle Cantarranas, por su proximidad al río Najerilla, desde hace cientos de años.