viernes, 24 de abril de 2020

Recuerdos de infancia.

Las chozas.
Aunque no sé muy bien si construir chozas o casetas -como el lector quiera- puede considerarse un juego, lo cierto es que cuando tiraban alguna de las muchísimas choperas que en Nájera había -sobre todo si estaba cerca de la escuela-, todas las cuadrillas del pueblo nos afanábamos en construirnos una bien hermosa con las ramas de los chopos abatidos, en la que, tras arduos esfuerzos, después de terminada, y convenientemente adornada, pasábamos interminables horas jugando en su interior a cualquier cosa en la más absoluta penumbra. Curiosamente, a pesar de lo canallas que éramos en aquella época, esta nos duraba intacta varias semanas, antes de que alguna cuadrilla rival, algún viento traicionero o los mismos operarios encargados de hacer de los chopos madera nos la tiraran, para convertirla en pasto de las llamas, quemando todos nuestros sueños de poderío e independencia con ellas. Como puede ver el amable lector, incluso los juegos de nuestra más tierna infancia están ligados al maravilloso entorno del que anteriormente les hablaba.
Los recortes de las monjas.
Por aquel entonces, las “monjitas cerradas” -así es como se las llamaba-, las del Convento de Santa Clara, por aquello de ser nietos de su sacristán -mi abuelo Eusebio-, nos daban cantidades astronómicas de recortes que, además de quitarnos el hambre, nos sabían a gloria bendita. Y siempre que me viene a la memoria este hermoso recuerdo, no puedo dejar de preguntarme cuántos parroquianos tenían que tener aquellas benditas monjas para generar tal cantidad de recortes. Porque, como ya habrán adivinado ustedes, éstos no eran sino el producto de la elaboración de las hostias de comulgar. Sea como fuere, lo cierto es que como ya les dije al principio -lo de cuándo teníamos que acudir a por ellos no recuerdo muy bien cómo nos lo montábamos-, nos presentábamos en el torno que tenían -aún lo tienen- en el portal de acceso a la sala de visitas, y, tras llamar al timbre que allí tenían, contestado el “Ave María Purísima”, con un “Sin Pecado Concebida”, les decíamos a bocajarro a qué se debía nuestra desinteresada visita.