miércoles, 1 de junio de 2011

Nuestras particulares Fiestas de San Juan.

Instantánea que da fe de lo que cuento.
   Un mes antes de que llegaran las fiestas de San Juan, ya estábamos toda la chiquillería del pueblo silbándolas incansablemente, mientras nuestras piernas temblaban arrítmicamente, y les habíamos enviado cartas a nuestros familiares y amigos, invitándoles a que vinieran a pasarlas con nosotros.  Para entonces ya habíamos hecho acopio de paquetes de tabaco rubio: Tres carabelas, Camel y Bisonte, que habíamos ido mangando donde la señora Ciriaca, y donde las hermanas Cerezo. Unas horas antes del gran día, comprábamos atropellada y ruidosamente, botes de melocotón, pera y piña en almíbar, y refrescos a tutiplé, para ir a merendárnoslas después de las vueltas, en cualquier huerta o chopera (o en la Fuente La Estacada), hasta que anocheciese. Cuando llegaba San Juan, día largamente anhelado y esperado por todos nosotros, desde por la mañanita ya andábamos todo alborotados, observando cómo los mayores se ponían de chuletas al sarmiento morados, con nuestras viseras de cartón y nuestras trompetas de plástico, recién adquiridas en la tenducha ambulante de “Revuelta”, feriante de Santo Domingo. Cuando comenzaban las vueltas, pletóricos de  felicidad, las dábamos bulliciosamente, sin atender mucho a los Músicos. Después, haciendo grandes corros, nos dirigíamos, casi sin apercibirnos de ello, hacia el Puente de Piedra, la Calle Mayor y la Plaza de España, cantando mil canciones del folclore sanjuanero, totalmente ajenos a las notas de los Músicos. Cuando llegábamos a la Plaza, nos tumbábamos en el abrasante suelo, y esperábamos a que llegaran los mayores y los sufridos Músicos. Cuando lo hacían, dábamos otra vez las vueltas, y nos marchábamos más que pitando a comer, para ir después a dar buena cuenta de las frutas y de los refrescos. Y así pasábamos las fiestas de San Juan, Cantores míos, cuando éramos pequeños. Para Justi y Virgi, con cariño.