sábado, 21 de mayo de 2022

¿Volveremos a mis tiempos?

Siendo yo un jovenzuelo, se corrió por nuestra ciudad que el entonces Alcalde se iba a cargar las Vueltas los días de San Juan y San Pedro, porque el puente de San Juan de Ortega formaba parte de la carretera nacional, Logroño, Burgos, y los coches y autobuses esos días perdían mucho tiempo esperando que los sanjuaneros lo cruzaran. Nada más llegar a nuestros oídos aquella certera amenaza, nos armamos de tapaderas de pucheros y cazuelas, y nos dirigimos a su domicilio a darle una soberana serenata. El alboroto fue tal, que se echó atrás y todos dimos las Vueltas. Este año, por diferentes motivos, pinta igual que aquel año: nuestras queridas Vueltas están en peligro. ¿Tendremos que volver a nuestros tiempos? Seguro que no. Porque, aunque nuestros gobernantes se mantengan en sus trece, los Músicos seguro que cederán; y, bien por Nájera o por los najerinos, aun tragando sapos y culebras, volverán a tocarnos las Vueltas. Si así lo hacen, seguirán contando con mi más profunda admiración y respeto; pero las batallas nunca se ganan sin lucha. Y San Juan y San Pedro son un buen campo de batalla para alzarse con una victoria total y rotunda. ¡Ellos mismos!

1 comentario:

Eusebio Hervías del Campo dijo...

FIESTAS ECOLÓGICAS

Las fiestas de San Juan siempre fueron las fiestas ecológicas por excelencia. Aunque ahora pueda parecerles a ustedes increíble, en la época de nuestros padres, estas fiestas, vividas en plena Naturaleza, hacían que a todos ellos les hirviese la sangre. Y no podía ser de otro manera: Los árboles frutales les ofrecían sus más excelsos frutos; las mujeres se desprendían de toneladas de ropa; tomaban chocolate con anís muy de mañana, y danzaban y bailaban rozando pieles blancas e impolutas. Comenzaban el ritual yendo muy de mañanita al cascajo, a tomar chocolate con anís, hasta que el señor Quico, con sus tres inconfundibles golpes de bombo, pom, pom, pom, les anunciaba el comienzo de las ansiadas vueltas. Una vez en el quiosco del Paseo, entrelazaban sus brazos, y al son de la morena y la rubia, entremezclaban el sudor emanado de sus pieles níveas e inmaculadas, saltando, brincando y bailando, a la par que cantaban incansablemente las coplillas del riquísimo folclore sanjuanero. Después de varias horas de danza, una vez terminadas las vueltas, se iban a los Cines Club y Doga a bailar agarrado, para resarcirse así de tantos meses de vigilia. Cuando terminaban los bailables, se iban a todo correr a comer, para reunirse cuanto antes en el Paseo, y, portando grandes cestos tapados con manteles de cuadros que contenían la merienda, dirigirse a alguna de las muchísimas choperas y huertas que entonces había. Después de haber estado retozando con sus parejas, a la fresca de peros, manzanos, cerezos, chopos y mimbreras, daban buena cuenta de la merienda. Cuando ya no podían más, y no eran capaces de orientarse ni siquiera a tientas, dejaban bien colocaditas las sobras (se habían asegurado de que sobrara merienda para repetir los escarceos amorosos al día siguiente), y se dirigían, bien templados por los lingotazos de clarete que se habían metido entre pecho y espalda, al Casino, para seguir allí la juerga, cantando, bailando, y haciendo lo que podían. Como pueden ustedes deducir, no es extraño que muchos de ellos imitaran la tradición de los celtas: Dejar preñadas a las mujeres, para que se quedara preñada la tierra, y les ofreciera así abundantes frutos en cosechas venideras. De ahí que en Nájera se dijera, “que quien en San Juan sanjuanea, en marzo marcea.”

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