lunes, 1 de noviembre de 2010

Yo nunca tuve un libro.

Cuando mis bienamados padres me trajeron al mundo en los difíciles años cincuenta, bastante tuvieron con trabajar de sol a sol hasta quedar completamente exhaustos, para poder darnos de comer dignamente a mis seis hermanos y a mí, y enviarnos a la escuela decentemente aseados, a que consiguiéramos el “Certificado de Estudios Primarios,” con el que poder ganarnos después el sustento.
Por consiguiente, al no poder permitirse gastos superfluos (a veces hasta la comida era artículo de lujo), en mi casa no hubo nunca ni un sólo libro que poder echarme a los ojos.
Por lo que, falto de libros que alumbraran mi camino y de golosinas que saciaran mi apetito, tuve que buscarme la vida desde bien pequeñito para poder tener todo aquello que no era considerado necesario: chocolatinas, tortas, pasteles, canicas, trompas, pelotas, balones, pistones, pistolas de agua, caretas, álbumes de cromos y los consabidos indios.
En la escuela, mientras mi caro Don Emilio ojeaba el periódico, fumándose con deleite el cigarro “caldo” que previamente se había liado, yo montaba mi particular tómbola en la que rifaba un indio, un soldado, una jirafa, un león o cualesquiera otra cosa que me hubieran “echado” los Reyes Magos, escribiendo en pequeños trozos de papel de cuaderno cuadriculado “repita la suerte” o “vale por un indio”, “vale por un soldado”..., que los demás niños adquirían previo pago de una pintura, una goma de borrar, un sacapuntas, un lapicero... Huelga decir, que por cada trozo de papel con premio, había cincuenta sin él, por lo que el negocio estaba asegurado. Cuando terminaba la clase y salíamos al Paseo, me dedicaba a ganarles a los demás niños los cromos o las canicas (según fuera la época), para vendérselas después a diez a la peseta, y poder sufragarme así los gastos superfluos.
Cuando fui un poco más mozo, recorría una y otra vez los vertederos y descampados de la ciudad, en busca de trapos, cartones, sacos de cemento, hierro, plomo o cobre, que poder venderles después a los señores Gregorio “el trapero”, o Fructuoso “el chatarrero.” Y he de confesar, sin que salga de aquí, que en aquél tiempo peligraban hasta los gigantescos rollos de cable que los telefonistas y los electricistas dejaban tirados por cualquier sitio mientras trabajaban, porque el cobre era lo más cotizado de todo.
En verano era mi querido río Najerilla el que me proporcionaba el sustento, poniendo a disposición de mis hábiles manos, cantidades ingentes de cangrejos, truchas, barbos, loinas, bobas y zarpeños, que por un módico precio les vendía a los taxistas, practicantes, comerciantes y camareros.
Pero no todo eran negocios en mi todavía corta vida. De hecho, he de confesar que era mínimo el tiempo que yo dedicaba a estos menesteres, ya que casi todo el día me lo pasaba jugando en el Paseo o en la Plaza de España, según fuera horario escolar o de paseo, a la ía de correr atados, al burro, a la trompa, a la soga, a la lima, al cantillo, al marro, al maríasuberén, al tres navíos, a las canicas, a los cromos, al encuentro o al pañuelo. Además de disputar interminables partidos de fútbol con balones de plástico que con el chicle conseguíamos; saltar a la pértiga, haciendo la “cuca” (cayéndonos al agua vestidos), los anchurosos ríos, o andar, cual si fuéramos auténticos monos, por las ramas de los centenarios Plátanos del Paseo.
Incluso en la mismísima escuela, en plena clase, estábamos mucho más atentos a los juegos de las rayas, los cuadrados, las palabras o los barcos, que a escondidas practicábamos en nuestros cuadernos infamemente garabateados, que a lo que mi caro Don Emilio nos explicaba sobre “David y Goliat”, el “adjetivo y el verbo”, el “peso y la medida”, los “Reyes Católicos” o los “Godos y los Visigodos.” En esa asilvestrada y maravillosa época de mi vida, todo fueron juegos.
Pero como todo lo que se hace en la vida tiene sus consecuencias y su precio (nadie la abandona sin haber pagado totalmente sus deudas), la ausencia total de libros en mi casa, unida a la nula atención que en la escuela presté a las enseñanzas, hicieron que me presentara en plena juventud siendo un auténtico analfabeto. Ahora mismo, mientras escribo gustoso estas líneas que mi amiga Gloria me pidió que escribiera, no puedo explicarme cómo pudieron darme el “Certificado de Estudios Primarios”, con las bajísimas notas que en mi cartilla rezan en todas y cada una de las materias.
He de decir, empero, obligado estoy a ello, que vale la pena padecer esta adversidad (de aprender siempre hay tiempo) si a cambio has tenido el privilegio de vivir en libertad una infancia feliz, en una idílica ciudad plagada de riachuelos, manantiales, fuentes, jardines, alamedas, rosaledas, choperas, pequeños senderos de tierra y un caudaloso río truchero, en la que ningún niño reparó jamás en si era rico, pobre, listo, torpe, alto, bajo, gordo, flaco, guapo o feo. ¡El exterior para nosotros fue siempre lo de menos!
Hoy, nuestros hijos tienen un montón de libros de diversos autores en sus casas, además de ordenadores que contienen completísimas enciclopedias en las que poder aprender hasta la saciedad, y pueden, si quieren, porque así lo permiten los nuevos tiempos, cursar estudios y permitirse ciertos “vicios”, sin tener que pagar precio alguno por ello. Y sin embargo, no son ni libres ni felices.
Viven cautivos de las volubles y hueras modas y del tiránico culto al cuerpo, indiferentes a los maravillosos milagros que la naturaleza nos ofrece en todo tiempo.
Todos, sin excepción, a nada que se pararan a mirar a su alrededor podrían disfrutar a diario de ellos, y sabrían así, por ejemplo, del sublime placer de tumbarse plácidamente en las riberas del río Najerilla, o en las de cualesquier otro río, a oír crecer la yerba, ajenos a si su perecedero exterior es una maravilla o un adefesio.
ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA DE ACAB.

4 comentarios:

Raquel dijo...

Hola Eusebio, la verdad leyéndote y oyéndote hablar no cabe mas que pensar que mientes bellacamente al decir que tus calificaciones eran tan lamentables, o si no(que yo es lo que creo), que eres una persona muy inteligente, que aunque el colegio no entró en ti, tus andares por esa infancia te llenaron de sabiduría y a las pruebas me remito. Es cierto que ahora los niños tienen de todo, pero quizás les falta la atención más importante, la de LOS PADRES, (donde yo me incluyo). No creo que les interese leer un libro si no te ven a tí leyéndolo, o sentarse y jugar con el mega-escalextric último modelo, si tu no te sientas en el suelo y les ayudas a montarlo o pasear por nuestros montes y ríos si nosotros no nos acercamos ni a mirarlos, vivimos para comprar cosas y que los nuestros vivan mejor y al final esas "cosas" no te aportan nada en absoluto,son niños consentidos, que no valoran nada de lo que les puedas dar aunque les bajases la luna te pedirían el firmamento, pero no importa porque como la culpa la tienen "los maestros" ¡Que caraduras, nos quedamos tan anchos! y lo sorprendente es como hemos cambiado esos padres porque nosotros si que hemos vivido en ese Nájera que tanto nos ofrecía y nos gustaba, pero no es suficiente para nuestros hijos, donde esté una "Wifi" para hacer gimnasia, jugar al fútbol o al tenis...Y lo peor, peor, peor, es que todos los padres lo sabemos pero no cambiamos ni un ápice nuestros hábitos...Sin comentarios.
Cambiando de tema para acabar con un poco de humor ¡¡¡QUE BUENORRO ESTÁS EN LA FOTO DE CUACO!!! con ese hoyito en la barbilla, tipo Kirk Douglas y Benedicto Morgón, esa camiseta como se llevan ahora, ajustadita y marcando, no me extraña que Celia perdiera el norte por tí, ja,ja,ja.(Un beso Celia)
Un besazo descomunal para tí

Eusebio Hervías del Campo dijo...

¡Ya es hora de que te lea, traidora! ¡Creí que te habías olvidado de mí! Te lo creas o no, queridísima mía, me salí de la escuela siendo un auténtico analfabeto. No sabía ni tan siquiera lo elemental, porque, lo confieso abiertamente,en esa época yo sólo me dediqué a pasármelo como los indios. Y lo que voy a teclearte ahora mismo, te lo vas a creer aún menos, porque fue mi complejo de inferioridad ante mis amigos, lo que me impulsó a leer a los dieciocho años mi primer libro. Aunque ahora mismo, cuando me veo en las fotografías antiguas (las tengo mejores que la que has visto) yo mismo me quedo sorprendido, y me digo para mis adentros: ¡Pero qué gilipollas fuiste, usebín, con ese cuerpazo torero! O sea, que sí, que cuando conocí a Celia ya me había leído a casi todos los clásicos, y era consciente de mi físico. Así que, traidora mía, demostrado queda, pues,que para aprender siempre hay tiempo; pero para vivir o no la infancia, así como la juventud o el presente, no hay otro que vivir el momento. Recibe de mí, Amiga Raquel, un besazo en los labios, auténtico y sincero.

Raquel dijo...

¿¿¿Que tienes fotos mejores que esa??? ¡Ay si las pillo!, Javier dice que soy un peligro con las fotos, no sé porqué será.
Y la verdad que la infancia siempre desde mi punto de vista, es lo que más te marca. Hecho de menos que mis hijos no tengan un segundo "pueblo" donde disfrutar, recuerdo que íbamos los veranos a un pueblo de Burgos (de mi abuela) Padrones de Bureba que vivían 6 y el apuntador, y aquella casona y la huerta se me han quedado grabadas a fuego en lo más recóndito de mis pensamientos. No te digo más que venían unos primos "esmirriados" de Madrid y mi hermano Miguel y yo éramos los reyes, y veo con cierta tristeza que a mis hijos les va a faltar ese recuerdo de el "pueblo"
Yo te doy otro beso en los labios y ya veremos lo que opina mi Fran.

Eusebio Hervías del Campo dijo...

Al final va a ser cierto lo del duelo. ¡Mas si tiene que ser, sea! Dile a Fran que yo prefiero pistola, que a espada hay que hacer mucho ejercicio y yo estoy ya muy viejo. Sobre la infancia hay un montón de frases tan tajantes como contundentes: Que es la verdadera patria del hombre; que es lo que vale, lo demás es añadido; que quien ha tenido una infancia feliz no puede ser desgraciado nunca... ¡Qué quieres que te diga! El problema de los niños de ahora, soslayando todos los bichitos informáticos, es que todo cristo se va de vacaciones en verano, y dejan desiertas plazas y calles, otrora repletas de niños jugando y corriendo. Y si encima les van a prohibir ahora jugar en los patios de los colegios, en las horas de recreo: ¡Apaga y vámonos! Pero sin que se entere Fran. Un besazo largo en los labios, sin lengua... de momento.

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